LA SEÑORA QUE SUSURRA (2da. parte)
- Inés Caridad Casal Enríquez
- 30 jun
- 2 Min. de lectura
Por: Inés Casal
El 17 de julio de 2023, el blog La Voz de los 60 de CUIDO60, publicó mi siguiente colaboración, de la cual comparto una parte:
"Un poco más adelante, la veo: tiene mi edad, o la aparenta, es una anciana linda, con su pelo cano bien peinado, vestida como si fuese a visitar a una amiga o a disfrutar de una obra de teatro. De su brazo izquierdo cuelga una bolsa de nylon, donde se ven dos o tres jabones “de la libreta” y donde esconde los medicamentos; su mano derecha sostiene unos pocos bolígrafos, a veces unas fosforeras. Cuando me cruzo con ella casi susurra, con la mirada esquiva y la cabeza gacha, como si cometiera un delito o sintiera vergüenza por tener que hacer lo que hace: “Tengo enalapril, tengo paracetamol”. Su presencia me hace daño, ruego por no encontrarme con ella, más por vergüenza que por humanidad. Mientras me alejo (...) me pregunto (...) ¿Tendrá hijos? ¿Lo que hace es por los nietos, por su esposo o un familiar enfermo...?"
Por diferentes causas, durante más de un año, no me encontraba con "la señora que susurra". Hasta que, una tarde, a mediados del mes de abril de este año 2025, me crucé con ella en la Avenida 23 de El Vedado. Andaba yo buscando un medicamento que necesitaba y, sin siquiera pensarlo, la detuve con un gesto. También con un susurro le pregunté si lo tenía. Nunca podré olvidar su mirada, ni sus palabras llenas de vergüenza: "Yo no vendo medicinas."
Mi turbación fue tan evidente y mis deseos de que la tierra me tragara en ese mismo instante, que "la señora que susurra" me tomó las manos y me confesó, casi con lágrimas en los ojos, que sí había cometido ese "pecado" durante varios meses; había tenido un hijo enfermo por un tiempo, que finalmente falleció, y le habían quedado varios medicamentos por los que había pagado sumas muy altas; por ello, a instancias de amistades y familiares, había decidido recuperar algo de un dinero que tanto necesitaba. Y agregó: "Pero ya le pedí perdón a Jesús por lo que hice y ahora solo vendo bolígrafos y fosforeras, en una cafetería (me dijo la dirección) en donde ´unas jóvenes muy buenas´ me permiten sentarme unas pocas horas al día. Y pago una licencia para ello."
Yo solo logré musitar unas palabras de disculpa, la miré a los ojos y espero que haya entendido mi súplica de perdón, porque no pude decir ni una sola palabra más. Una amiga a la que le conté hace poco estos encuentros con "la señora que susurra", me dijo: "Ahí están las respuestas que te hiciste en tu primer encuentro. Dios te las dio".
Pero yo no creo eso, porque aquellas preguntas que me hice eran totalmente retóricas. Lo que sí creo es que este segundo encuentro fue una señal para convencerme, una vez más, de que debo seguir dando testimonio de lo que ocurre en mi país. Y eso haré... hasta que pueda.
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