Por: Irina Diéguez Toledo
Mi madre, que no entendía el precio del arroz
los últimos doce de sus agostos
no pudo calmar su sed de chocolates.
Cada agosto fuimos más pobres.
Reía. ¿Qué, es culpa del Gobierno?
Habla bajo.
Ella regañaba entonces
a los días sin sol
a la gata,
regañaba a la lluvia,
a su pelo lacio.
Ese día a sus ochenta y seis
Madre de ojos avellana,
dolió,
profunda y refugiada piedra rota.
Ese día santo y diecisiete,
sé que gritaba en su cabeza,
la palabra amor.
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