¡YO SÍ ME SIENTO ORGULLOSA DE NUESTROS ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS!
- Inés Caridad Casal Enríquez
- 10 jun
- 2 Min. de lectura
Actualizado: hace 6 días
Por: Inés Casal
Desde que entré, a finales de 1966, en la Universidad de la Habana fui feliz. Cumplía unos de mis mayores sueños de niña y adolescente pobre, pero deseosa de labrarme un mejor destino; y le cumplía a mis padres y hermanos el orgullo de ser la primera de la familia que llegaba a ese peldaño de la educación e instrucción. En el año 2006 me jubilé. Durante 40 años la Facultad de Química fue mi vida.
Junto a cientos de jóvenes como yo y otros pocos menos jóvenes (nuestros queridos profesores) nos embarcamos en un proyecto en el que creímos, de corazón, y sacrificamos todo -incluso nuestro futuro y el de nuestros hijos- y trabajamos hasta el cansancio, creyendo que hacíamos lo correcto. Nos persuadieron o nos convencimos -como diría Lichi- El sujeto omitido resulta insignificante; el verbo tampoco cambia los predicados.
Cada cual conoce su historia, tal y como conoce sus miedos, sus dudas, sus culpas... Hoy, el recuerdo que guardo de mis compañeros y colegas es algo que atesoro fuertemente y no dejo que nadie lo manche. A ellos me une el amor, la gratitud, la alegría compartida y también el dolor compartido. A miles de kilómetros de distancia, desechando rencores, nos seguimos sintiendo unidos por un lazo doble que nunca va a romperse.
Los miles de estudiantes que pasaron por nuestras aulas en aquellos años nos ayudaron a cambiar: a mí y a muchos. Junto a mis hijos, a mis jóvenes vecinos, a los hijos de mis amigos, fueron los estudiantes de la Facultad de Química los que me enseñaron mucho más de lo poco que pude transmitirles de la disciplina que enseñaba. Ellos fueron mi conciencia; ellos me emplazaron, me ayudaron a despertar. Muchos estuvimos al lado de ellos cuando fueron callados, reprimidos o expulsados por sus valientes opiniones, tratando de curar sus heridas, pero sin defenderlos como se merecían.
Yo sí he vivido el dolor de los que, incluso, tomaron el camino del destierro para salvar a sus hijos, dejando atrás algo que nunca recuperarán: sus sueños, sus esperanzas, su vida. Fue lo único que les quedó. Y también he vivido y vivo el dolor de esos jóvenes estudiantes que pensaron, no solo en el futuro de ellos, sino en el de la familia que formarían en algún momento.
Hoy, nuestros nietos nos siguen dando el ejemplo de dignidad y decoro que tanto necesitamos. No quisieron seguir siendo esclavos, no quisieron seguir oyendo de nosotros: "No te marques, no te expongas, no vas a cambiar nada. Protégete y protégeme"
Y ahí están, luchando por sus sueños, por sus vidas. No tienen que luchar por las nuestras. Pero, aunque hoy algunos no lo entiendan -tal vez tampoco ellos- hoy ellos están luchando por todos los cubanos. Sobre todo, porque están luchando por nuestra dignidad.
Ellos no necesitan de nuestros consejos, no necesitan de nuestras orientaciones. Ellos solo necesitan de nuestro apoyo. Ellos necesitan que, como a otros muchos, una vez más, no los dejemos solos.
Porque ellos, como diría José Martí, llevan en sí el decoro de muchos hombres.
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