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Hay palabra buena y palabra falsa[1]

 

Por Teresa Díaz Canals

Profesora, ensayista, investigadora CUIDO60

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“Todo ensañamiento con cualquier criatura “es contrario a la dignidad humana”

Papa Francisco “Laudato siʼ (Alabado seas) Sobre el cuidado de la casa común

 

Agradezco la invitación a participar en esta importante actividad que hoy nos convoca CUIDO60. El tema del maltrato a las personas mayores hoy en Cuba constituye, entre otros, un problema no menor. Su manifestación y su incremento incluso en los últimos años no es insignificante, a pesar de las palabras oficiales que intentan demostrar la preocupación social por este grupo humano. Ello es motivo de eventos, reuniones, viajes, programas y proyectos promulgados y en elaboración. Cuando escucho la realización de estas actividades pienso en las palabras del filósofo Martin Heidegger que dicen así: “Un signo somos nosotros, sin interpretación.” Argumentó el pensador alemán mencionado que hay que reconocer tener el problema del no pensar. Aunque ya la colega Elaine Acosta hizo un excelente análisis de los problemas esenciales que afectan a nuestros ancianos, sobre algunos estremecedores mensajes es mi intención reflexionar, ya que están relacionados con el proceso de envejecimiento que suele acarrear un cambio fundamental en la posición que una persona ocupa en la sociedad.

 

La palabra es el peligro de los peligros; ella comienza por crear la posibilidad misma de peligro, pues con ella puede ser enunciado lo más puro y también lo más oculto. La palabra -según el poeta Hölderlin - es el más peligroso de los bienes. El mismo José Martí advirtió en 1885: “quiero por mi parte habituar al pueblo a que piense por sí, y juzgue por sí, y se desembarace de los aduladores que de él obtienen frutos, fama, de los hombres que con palabras de bulto, pero sin respeto recibidas, los llevan por donde les place.”[2]

 

Ayer mismo fue la clausura de un Taller Nacional de Trabajo Social que sesionó por dos días. También existe una red de cuidados que supone registre y circule casos que necesitan ser evaluados y recibir una pronta o urgente atención. Hay una frase que me parece fatal porque ni se cumplió antes y mucho menos en el presente: La Revolución no abandona a ninguno de sus hijos. Mientras esto sucede, una familia de personas vulnerables que vive en la parte oriental del país, en el Cobre, compuesta por cuatro hermanos de los cuales tres padecen de encefalopatía. Dos de ellos presentan otra grave situación, que los mantiene postrados. Aunque tienen cierto apoyo, como es lógico, paupérrimas pensiones, por ejemplo, no cuentan con la asistencia de una trabajadora social que pueda apoyarlos en la casa. La Iglesia Católica es la que ha estado presente en determinada asistencia como la donación de alimentos, no cuentan con sillones de ruedas que puedan facilitarles cierta movilidad, para que sean mucho más cómodos sus traslados a otros espacios del hogar y lugares públicos, colchones antiescaras, ropa adecuada, etc., equipos eléctricos que faciliten cierto grado de bienestar como ventiladores, batidora, etc. Tampoco reciben de manera sistemática las visitas del médico de la familia ni cuentan con los reclamos que por el bien de ellos pudieran hacer las instituciones de la comunidad como son la Federación de Mujeres (FMC) y los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).

 

   Pasemos a otros aspectos generales que sufrimos las personas mayores en cualquier lugar del país. Somos agredidos por la sociedad del ruido. En esta isla, la música tiene un lugar muy destacado, eso está muy bien, pero la música estridente, ensordecedora y a toda hora, es una agresión muy común. Esa cultura sonora, o mejor subcultura, ha desalojado la antigua autoridad del orden verbal. El espacio doméstico suele estar acompañado de esta imposición que en ocasiones afecta no solo al vecino de al lado sino a toda una cuadra. Esta mala educación afecta la lectura, el descanso, la oportunidad de escuchar lo que uno desee y no lo que el otro entienda que es bueno para niños, ancianos, enfermos. Este absolutismo de la realidad hace que tu propio hogar se convierta en un lugar de tortura y en un infierno de malas palabras y vulgaridades, parte sustancial de la charanga bullanguera que se llega a naturalizar en la sociedad cubana actual.

 

   Algo en lo que desde mi punto de vista sería bueno detenerse - aunque he escrito sobre ello en otras ocasiones - es en las pensiones de los jubilados. Es bien conocida la crisis económica estructural por la que atraviesa Cuba, la desacertada medida del reordenamiento monetario aplicada en medio de la pandemia de COVID19 que agudizó aún más la ya deteriorada vida cotidiana de las capas más humildes de la población.  La inflación ha afectado en especial a los jubilados: pensiones equivalentes a 8, 10, 20 dólares en una economía cada vez más dolarizada. Los años trabajados y el aporte que entregó cada trabajador o trabajadora no tienen mucho peso. Tampoco existe un sindicato o asociación que atienda a los jubilados, excepto, si acaso, que citen a algunos para entregarles más diplomas.

 

   Las cabelleras plateadas pasan un trabajo inmenso si no disponen de automóviles en el grupo familiar. Cada vez se hace más difícil acceder a un ómnibus, los pocos que existen pasan repletos y ninguno preparado para que las personas con dificultades para caminar puedan acceder a ellos con facilidad. Con el poco dinero que reciben es prácticamente imposible trasladarse en los denominados Uber cubanos, sistema rápido, pero extremadamente caro. Las ciudades amigables de las que hablaron en determinado proyecto de cooperación brillan por su ausencia, como todo. Solo fueron buenas intenciones que quedaron en el aire.

 

   En otro orden de cosas, hace unos días fui con mi nieta de diez años a almorzar a uno de los restaurantes relativamente nuevos, ubicado en el Vedado. Cuando me senté y pedí el menú, la empleada no me trajo la carta como es habitual. Búsquela mediante el código QR. Me dijo de una manera tajante. Mire, no sé de qué me habla, no domino la tecnología. Entiéndase con mi nieta. Le contesté. Pertenezco a una generación que creció sin internet, sin móviles, sin computadoras. Hace relativamente poco que pudimos actualizarnos algo, pero no lo suficiente. Por esta razón no pueden exigir a los ancianos que sean expertos en esta materia. Incluso todavía hay adultos mayores que para sacar dinero de los cajeros automáticos piden ayuda. ¿Cuántos poseen móviles? El no dominar las operaciones digitales a menudo provoca cierto desdén en los más jóvenes hacia este tipo de personas. Recuerdo que una vez le pedí ayuda a una exestudiante para resolver un problema de esa índole y terminó crispada. Afortunadamente no es la tónica de nuestros discípulos, todo lo contrario. En ese momento no entendí lo que me explicaba porque lo hacía con demasiada rapidez, a veces no se concibe que a esta edad maniobremos con más lentitud.

 

   No tengo la certeza de que existan determinados estudios sociológicos que valoren de manera cualitativa el impacto recibido en nuestra población mayor, debido a la emigración de más de medio millón de cubanos y cubanas en los últimos tiempos, pues la mayoría de esa masa humana que tuvo que alejarse de esta Isla es joven. No solo se desangra la nación en su conjunto, se deterioran las relaciones familiares en su máxima expresión. Recuerdo que una de las costumbres cubanas era que las personas murieran rodeadas de familiares, en presencia de otros. A ello se refiere el sociólogo Norbert Elías en un trabajo denominado La soledad de los moribundos. La tendencia para muchos viejos, debido a esas rupturas geográficas que han tenido lugar como una estrategia de sobrevivencia, es morir en un desierto de soledad.

 

   Por último, pues no debo tomar más tiempo, quiero recordar unas palabras que dijo el Apóstol de Cuba, nuestro Martí, sobre Víctor Hugo: ¡Cómo regocija ver a un anciano erguido y trabajador! […] También subrayó las ideas de alto vuelo de este conocido escritor francés: Aún tengo más que hacer que lo que he hecho… puede tal vez creerse que la edad debilita la inteligencia; mi inteligencia, por el contrario, parece vigorizarse con la edad, y no descansa […] Jamás acabaré. Ya me he resignado a eso.”[3]

  

 

[1] Intervención de Teresa Díaz Canals el 15 de junio de 2023 en el webinar “Vulnerabilidad y situación de calle en las personas mayores en Cuba y América del Sur” para conmemorar el Día Internacional de Conciencia contra el Abuso y Maltrato hacia la Vejez.

[2] Martí, José Borrador del discurso pronunciado el 25 de junio de 1885 en Clarendon Hall En: José Martí Obras Completas Edición Crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2008, p. 334

[3] Elogio de José Martí a Víctor Hugo En: Obras Completas Edición Crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, Tomo 13, Pp. 42-43.

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