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EL DESARRAIGO CUBANO

 

Por: Teresa Díaz Canals

“El pasado destruido no se recupera jamás. La destrucción del pasado quizá sea el mayor de los crímenes. Hoy la conservación de lo poco que queda debería convertirse en una idea fija”. Así escribió la escritora y pensadora francesa Simone Weil en su libro Echar raíces. Esas palabras parecen estar dedicadas a la Cuba actual, qué manera de impresionarme cuando pienso en las costumbres que existían antes de la década del sesenta del siglo XX. Por supuesto que no voy a hacer ninguna apología de la historia anterior a la etapa revolucionaria y hacer tabla rasa de los conflictos y contradicciones de esos tiempos. No se trata de eso, sería una enorme simpleza de mi parte. Sin embargo, necesito recordar que conservar determinadas costumbres constituye gran parte de la conducta cívica de este país.

El civismo es el arte de la convivencia. ¿Cuánto se ha elevado en los últimos años la violencia, la incomprensión, el egoísmo, la insensibilidad, el abandono del cuidado de las ciudades? ¿Cuánto ha proliferado la charlatanería, la vulgaridad? Se necesita, además, libertad de pensamiento, lo que pasa que para que tenga lugar esa posibilidad, se requiere de pensamiento. Pensar es salvar. El temor ante la represión es una reacción lógica, humana, pero cada vez más es imprescindible expresar lo que sentimos ante una situación hostil a nuestras vidas.

La participación en los bienes colectivos, donde se desarrolle un sentimiento de propiedad y, por tanto, de preservación, tendrá que volver a renacer. Contaminar el medio ambiente por la basura en las calles, en las playas, en los ríos, no se soluciona con una recogida cada cierto tiempo. La educación aquí debe desempeñar un papel vital con el objetivo de lograr que se ame a la naturaleza y al prójimo como a nosotros mismos.

A veces observamos demostraciones del ejercicio de la caridad y, al mismo tiempo, su conversión en una especie de espectáculo, en una propaganda bochornosa, se exhibe al que sufre como un muñeco en el escenario. Ello pasó con Fernando, el pianista de Guanabacoa, pues ese señor está enfermo y su condición es una muestra de que hasta un acto ético puede venderse. Una cosa es la manipulación y otra el activismo de un voluntariado que despliega una solidaridad increíble, el cual hizo posible, por ejemplo, que la niña Amanda pudiera al fin ser operada por su grave enfermedad en España. Aquí estuvo presente una ética de la compasión.

Fue conmovedor observar el caso de una mujer que acudió a una cafetería, pidió comida y se la ofrecieron, se comió el alimento y enseguida cayó al suelo. Los trabajadores del lugar llamaron a la policía, la cual acudió al lugar del hecho, pero no lograron que una ambulancia la recogiera. Después de dos horas tirada en el piso, la señora se recuperó y logró caminar para alejarse del establecimiento sin ninguna ayuda sanitaria, pues el servicio médico no funciona de manera adecuada en el país. Otro desarraigo, otra práctica a rescatar. Cuba tiene una enorme tarea por delante, resucitar como nación.

*Publicado en Vida Cristiana

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