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MIGRACIÓN Y VEJEZ
Destino Miami: nacer de nuevo a los 80 años
Por: Rachel Pereda en colaboración con El Toque
Foto Elaine Acosta 2.jpg

DESTINO MIAMI

Cristina Blanco tiene 81 años, pero su espíritu es el mismo de una joven de 18. Precisamente esa energía y fortaleza le han permitido enfrentar los desafíos y cambios drásticos de su vida, incluyendo el volver a caminar, algo que parecía ya imposible. Una fractura de cadera puede ser el fin para algunas personas mayores; sin embargo, para Cristina fue el comienzo de un nuevo camino que la llevaría de La Habana a Miami. 

Recuerda que aquella tarde estaba planchando la ropa, activa como siempre, y de pronto cuando fue a voltearse, se cayó al suelo. El dolor era demasiado fuerte, incluso para ella. Esa caída cambió el curso de su vida para siempre. 

Cuando llegaron al hospital en La Habana, en plena pandemia por la Covid-19 y con muy pocos recursos, les dijeron que la fractura tenía que sellar sola, porque no había cómo operarla.

Para una persona tan activa esa noticia fue un jarro de agua fría. Sin embargo, su familia hizo todo lo posible por operarla, y tras cuatro años de espera y varios intentos fallidos de obtener permiso para salir de Cuba, Cristina finalmente pudo emigrar a Estados Unidos gracias a los esfuerzos de su hija, quien se había convertido en ciudadana americana. 

Llegó al aeropuerto de Miami con un andador y la esperanza de algún día poder caminar bien de nuevo. Contra todo pronóstico, lo logró.

Recuerdos de una vida en Cuba

Nacida en Holguín, Cristina se crió en una familia campesina donde, a pesar de las condiciones modestas, nunca le faltó lo esencial. Todavía tiene recuerdos de su infancia en aquella finca de Mayarí. Desde niña trabajó y cuidó a sus sobrinos. 

En 1963, se trasladó a La Habana y allí conoció a su primer esposo con el que tuvo dos hijas. Lamentablemente él falleció en 1976 y tuvo que enfrentar la vida como madre soltera. «Enviudar fue terrible, pero enfrenté la situación con valor y saqué a mis dos hijas adelante». 

Su vida en la capital cubana estuvo marcada por el trabajo arduo y el sacrificio, mientras algunos años después encontró el amor de nuevo y se volvió a casar. En aquel entonces, trabajaba de cocinera en un hospital.

Según comenta, cocinaba para los pacientes con mucho gusto, porque la cocina siempre ha sido una de sus pasiones. «Pero me tuve que jubilar por peritaje médico con muy poco salario porque mi mamá y mi esposo se enfermaron y decidí ocuparme de ellos y cuidarlos. A veces no sé ni cómo lo logré. Cuidé a mi mamá casi siete años y a mi segundo esposo por dos años. El tiempo no me alcanzaba. Todos los días me levantaba temprano como si fuera a trabajar para tenerles sus cosas listas, hacer el almuerzo, la ropa de cama lavada. También cuidaba a mis dos nietos muchas veces para que mis hijas pudieran trabajar. Y a pesar de todo, logré enfrentar las situaciones que la vida me puso y las superé». 

Cristina cuenta que hizo todo lo que pudo por sus seres queridos, para que se sintieran cuidados y atendidos. «Todos los días los recuerdo mucho, mi mamá fue incondicional con todos, y mi esposo fue un segundo padre para mis hijas, por eso los cuidé con tanto amor. Mi mamá vivió 106 años y puedo decir que no tuvo quejas de mí. Yo hice por ella, lo que ella también había hecho toda su vida por nosotros». 

A pesar de su fuerza y su espíritu joven, ya tenía los huesos desgastados por toda una vida dedicada al trabajo y cuidado de los demás. La osteoporosis le recordaba que no era la misma de antes. Por eso, aquella trágica tarde de la caída, la fractura de cadera se convirtió en un obstáculo más que se atrevió a superar.

Un nuevo comienzo: de La Habana a Miami…

«Estuve en cama casi ocho meses sin poder moverme, esperando una operación que en Cuba era imposible. Llegué a Miami con un andador y gracias a Dios me operaron acá, pero ya había pasado más de un año desde la caída. Luego vinieron los tres meses de terapia que me ayudaron también a recuperar la movilidad. A pesar de todo, de que sé mis limitaciones y de que ya no soy la misma de antes, trato de hacer mi vida lo más normal posible, y hasta agarro el machete y chapeo el patio», dice entre risas. 

Cristina encontró en Estados Unidos todo lo que necesitaba para su bienestar. «En Cuba hay buenos médicos, pero no tienen recursos ni medicamentos. Acá tuve la posibilidad de operarme y estoy muy agradecida. La atención médica es excelente, me trataron con amor de familia, no como a una paciente más»

Para ella, lo más difícil de vivir fuera de Cuba es extrañar a la familia. «Aunque me alegro de estar aquí, siempre pienso en los que están allá pasando necesidades. Las personas mayores y hasta las más jóvenes se ven envejecidas por la falta de recursos y las dificultades económicas».

Cristina celebró sus 80 años en Estados Unidos, rodeada del amor de su familia y amigos. «Llevo dos años aquí y me he acostumbrado a estar en casa. Hago tareas del hogar, cocino, y mi familia disfruta de mis comidas. Aunque extraño a mis vecinos y el entorno de Cuba, he encontrado una nueva familia aquí. Mi yerno es muy bueno conmigo y mi hija me complace en todo».

Quizás, si Cristina hubiese llegado más joven, tal vez en los años 80 cuando el éxodo del Mariel que muchos de sus amigos la embullaron, pero ella siempre dijo que no, hubiese abierto ese restaurante de comida cubana que tanto imaginó y hoy yo les estuviera contando una historia completamente diferente. 

Sin embargo, la vida tiene sus propios designios y la condujo por caminos que, aunque difíciles, la han llevado hasta aquí, a un lugar donde ha encontrado una nueva familia y un hogar en Miami.

A sus 81 años, su historia es un testimonio viviente de la fuerza interior y la resiliencia que pueden transformar los desafíos en oportunidades. Su viaje desde Cuba hasta Estados Unidos, marcado por una fractura de cadera que parecía insuperable, es una prueba de que siempre hay luz al final del túnel. 

Mirando hacia atrás, Cristina no lamenta las decisiones tomadas ni los caminos que no recorrió. Cada paso, cada obstáculo, la ha moldeado en la persona fuerte y amorosa que es hoy, a sus 81 años, pero con un alma de 18. Ella nos demuestra que, aunque el futuro sea incierto, cada paso dado con amor y determinación nos acerca un poco más a nuestros sueños. Y nunca es tarde para soñar… Lástima que, en Cuba, los sueños ahora mismo parezcan imposibles y necesiten alas para aterrizar en nuevas tierras, sin importar la edad.

Foto: Elaine Acosta (Esta imagen no corresponde a la entrevistada)

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