MIGRACIÓN Y VEJEZ
Entre turbulencias: los vuelos de la emigración luego de los sesenta años
Por: Rachel Pereda en colaboración con El Toque
ENTRE TURBULENCIAS
Con una carrera dedicada a los cielos y los viajes, Eidy Moreno construyó su camino entre nubes y aeropuertos. Aterrizó en el mundo de la aviación y así comenzó el vuelo de su vida.
Nació en la provincia de Santa Clara en 1947, aunque fue a vivir a La Habana cuando era pequeña. En la capital cubana terminó el bachillerato y luego estudió idioma ruso. «Desde muy joven comencé a trabajar en el Aeropuerto Internacional José Martí. Pasé por diferentes departamentos hasta que fui jefa de Aeropuerto y Representante de Cubana de Aviación en varios países como Canadá, Venezuela y Brasil», cuenta.
Un recuerdo imborrable en su vida fue cuando la seleccionaron para ser directora de Cubana de Aviación en Brasil. «Allí llegué con mi maleta cargada de ilusiones para hacer un trabajo desde cero porque nunca se había abierto una oficina de aviación cubana en ese país. Fue una experiencia muy bonita y con muchas responsabilidades».
Sin embargo, incluso con un legado tan impresionante, llegó un momento en que los cielos familiares ya no ofrecían el mismo sentido de pertenencia. Con la llegada de sus años dorados, enfrentó una encrucijada: quedarse en la tierra que conocía o aventurarse hacia nuevos horizontes en busca de una vida más cerca de su familia. «Mis dos hijos y mis cuatro nietos vivían aquí. No tenía sentido quedarme sola en Cuba, especialmente después de jubilarme».
Despegue hacia lo Desconocido
El 2012 marcó el comienzo de una nueva aventura para Eidy cuando emprendió el viaje hacia Estados Unidos con una visa de visita que en realidad era el trampolín hacia su nueva vida. A tan solo un mes de haberse jubilado, dejó atrás su hogar en Cuba para reunirse con sus seres queridos.
Ella nunca tuvo la idea de emigrar de su país natal. Incluso su familia se había ido y dijo que los iría a visitar pero que siempre regresaría. Sin embargo, una noche comenzó a pensar y le entró un miedo muy grande de verse sola y que le sucediera algo y no tener a nadie cerca.
Por eso, a pesar de los desafíos y las incertidumbres que acompañan a cualquier migrante, tomó la decisión de cambiar de rumbo, sabiendo que la promesa de estar cerca de sus hijos y nietos valía más que cualquier miedo.
El ajuste a su nueva vida no fue fácil y estuvo lleno de turbulencias. Después de décadas trabajando con intensidad, acostumbrada a la libertad de los cielos y la emoción de los viajes internacionales, encontrarse limitada por las fronteras físicas y las barreras del idioma fue un desafío abrumador.
Tuvo que enfrentarse a múltiples sentimientos encontrados, mientras por momentos anhelaba la familiaridad de su tierra natal y las conexiones sociales que dejó atrás. «Para mí fue muy difícil el salto porque estaba recién jubilada y el cambio me chocó. Yo trabajaba en la aviación sobre todo viajando a otros países y de pronto verme encerrada en este país que los jóvenes no te pueden apoyar mucho porque tienen que trabajar y estudiar, eso para mí eso fue frustrante. De hecho, tuve que verme con una psicóloga y recibir tratamiento por un tiempo porque pasé una depresión muy grande, pero poco a poco fui mejorando».
Para Eidy, el conflicto más grande que tuvo en ese proceso de adaptación fue el de estar acostumbrada a trabajar toda una vida y de repente verse encerrada en una casa donde todos se iban a su trabajo desde temprano, en un país completamente diferente al suyo y con un idioma distinto. También llevaba poco tiempo de jubilada, quizás por eso le costaba más asimilar tantos cambios juntos, su mente todavía volaba entre aeropuertos y aviones.
Aterrizaje en Nuevos Horizontes
Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, encontró consuelo y apoyo en el cálido abrazo de su familia. Con el amor y el cuidado de sus hijos y nietos, Eidy comenzó a adaptarse a su nueva vida en Estados Unidos. Agradecida por las oportunidades y las ayudas que recibió en el país que la acogió, reconoció el valor de estar cerca de su familia y la generosidad de su nuevo entorno.
«La parte buena de haber emigrado, además de tener a mi familia cerca, es que me han dado las ayudas que creo que jamás pudiera tener en mi país por todo lo que tú sabes que pasa en Cuba. Por ejemplo, al año y un día de estar acá apliqué para mi residencia, que me llegó muy rápido, y enseguida me dieron mi jubilación mensual, a pesar de no haber trabajado en este país».
En este sentido, agrega que las personas de la tercera edad reciben múltiples beneficios en Estados Unidos. «Nos dan bonos de comida y un seguro médico gratuito. En 12 años que llevo en este país no he tenido que pagar nada con respecto a la medicina ni atenciones médicas ni ingresos en hospitales. Además, con ese seguro médico de las personas mayores, nos dan una tarjeta extra para comida y medicina sin receta. Algo muy bueno. Yo soy diabética y me pongo insulina. Solamente ese medicamento cuesta más de 2 mil dólares mensuales y a mí me lo dan gratis. Por eso estoy muy agradecida».
Y asegura: «En Cuba tengo amigos de mi edad que son diabéticos y no tienen muchas veces ni medicamentos para la diabetes ni cómo medirse el azúcar en sangre. Gracias a Dios estoy aquí».
El paso de las nubes al suelo fue abrupto y desafiante para Eidy. Acostumbrada a la vida en movimiento, la transición a un estilo de vida más sedentario en un país extranjero no fue fácil. Sin embargo, con el apoyo familiar y la fuerza que siempre ha tenido, comenzó a construir su nueva vida después de los sesenta.
A pesar de los desafíos, Eidy logró adaptarse a Estados Unidos. Vive con su hija y nietos en Gainesville, una ciudad a dos horas al norte de Tampa, mientras su otro hijo está en Miami. Aunque extraña su tierra natal y la calidez de su gente en Cuba, está agradecida por la oportunidad de estar cerca de sus seres queridos.
«Tengo el día muy movido. Me levanto y hago ejercicios en una plataforma vibratoria que ellos me regalaron. Desayuno y me pongo en función de las cosas de la casa. Y entre eso y la TV latina que es la que veo, paso siempre bien el día. Los fines de semana salimos de vez en cuando a dar una vuelta. Aunque ya he bajado el ritmo y muchas veces prefiero quedarme en casa viendo televisión. También tenemos un perrito, nuestro Pisces, que es parte de nuestra familia, y yo me ocupo de prepararle su comida y atenderlo».
En 2017, su hija le insistió para hacer juntas el examen de solicitud a la ciudadanía estadounidense. «Matriculamos en una escuela de inglés y ella también me repasaba en casa y estudiábamos todas las noches. En el 2018 nos hicimos ciudadanas. Gracias a Dios pasé el examen desde la primera vez, aunque todo era en inglés». Otro reto más que logró vencer.
Aunque Eidy extraña a sus vecinos, los pregones por la calle y el buchito de café en cada esquina, recomienda a las personas de la tercera edad que puedan emigrar y estar cerca de su familia que no tengan miedo y den ese paso tan importante. «La familia es lo más grande y lo importante que hay en la vida, por eso hay que mantenerla cerca».
Nunca es tarde para empezar de nuevo, aunque el despegue y el aterrizaje puedan ser intimidantes, y a pesar de las turbulencias y las sacudidas, porque el vuelo hacia nuevos horizontes siempre vale la pena.