MIGRACIÓN Y VEJEZ
Nunca es tarde para un nuevo comienzo
Por: Rachel Pereda en colaboración con El Toque
NUNCA ES TARDE PARA UN NUEVO COMIENZO
Emigrar a los 20 años y hacerlo después de los 60, son experiencias muy diferentes. Mientras que los jóvenes suelen emigrar en busca de oportunidades educativas y laborales, libertad de pensamiento y acción y aventuras personales, enfrentándose a un futuro lleno de posibilidades y adaptaciones rápidas, los mayores de 60 años se enfrentan a desafíos únicos.
Para ellos, la migración no es tanto un comienzo como una transición, donde la experiencia de vida, las responsabilidades familiares y la búsqueda de estabilidad juegan un papel crucial. A diferencia de los que migran más jóvenes, las personas de la tercera edad llevan consigo una historia rica, una carrera establecida y vínculos emocionales profundos que pueden complicar la adaptación a un nuevo entorno.
A sus 69 años, Marion Teresa Capó Alonso decidió emigrar a Estados Unidos. Profesional médico especialista de segundo grado en logopedia y foniatría, con un Máster en Ciencias y experiencia como profesora universitaria en Cuba, Marión ha dedicado su vida al servicio y la educación.
Desde abril de 2023 reside en Illinois, dejando atrás su hogar en el municipio de San Miguel, en La Habana. La decisión de emigrar fue motivada por el deseo de reunirse con su hijo, quien reside en Chicago desde hace doce años. Como madre soltera, el vínculo familiar fue la fuerza impulsora detrás de su migración, una decisión propia y profundamente personal.
«Me sentía triste, me sentía sola», confiesa Marión al recordar sus días en Cuba. La separación familiar pesaba sobre ella, causándole desestabilización emocional y espiritual.
A pesar de enfrentar desafíos de salud, incluida la hipertensión y la diabetes, ese mantiene estable tomando sus medicamentos y realizando ejercicios varias veces por semana.
Antes de la migración: raíces familiares y religiosas.
Cuando Marión emigró, los recuerdos de su pasado también la acompañaron en el equipaje. Con fuertes raíces religiosas, luego de la llegada de Fidel Castro al poder, su familia sufrió en carne propia las consecuencias de los atropellos que afectaron a las personas que mostraban su fe.
Ella tendría entre seis y siete años cuando hizo su primera comunión, pero luego dejaron de ir a la iglesia porque su mamá era directora de una Secundaria Básica. Recuerda que se perdió la tradición de las misas de los domingos, de celebrar la Nochebuena, de reunirse la familia, y las personas comenzaron a emigrar, especialmente los sacerdotes católicos de la Parroquia.
En aquella época gris para el catolicismo en Cuba, Marión también piensa en la historia de su tía Caridad Alonso Pedro, quien fue víctima de esos atropellos luego de 1959, a pesar de haber participado activamente en la clandestinidad como parte del Movimiento 26 de julio.
Junto a otras mujeres, en su mayoría maestras, repartía boletines, recogía dinero, medicamentos, para llevarlos a los asaltantes al cuartel Moncada. Precisamente por su trayectoria revolucionaria, sufrió múltiples persecuciones.
A pesar de su historia, de ser una buena trabajadora y una profesora ejemplar, por sus creencias religiosas, Caridad no pudo pertenecer al Partido Comunista de Cuba, que en aquel momento era el máximo reconocimiento a los revolucionarios. Cuando murió en 1998, aún cargaba con la decepción de aquellos años de discriminación.
Para Marión la historia no fue muy diferente. Por la situación con los religiosos, en 1987 tuvo que bautizar a su hijo de tres años a escondidas de su esposo. «Teníamos miedo de ir a la iglesia, de bautizar a los hijos, pero una vecina me embulló y fue conmigo a la Iglesia de las Mercedes. A pesar de todo lo que sucedía en Cuba, le enseñé a amar a Dios, a la Virgen de la Caridad del Cobre, a la Virgen de la Candelaria. Se le fue inculcando la tradición familiar con relación al catolicismo».
Cuando estuvo de misión médica en Honduras en 2007, también vivió momentos complicados con respecto a sus creencias religiosas. Al lado de la casa donde vivía había una pequeña iglesia, y ella, como fiel devota, comenzó a ir a misa.
Pero unos meses después en una reunión con toda la brigada, la llamaron aparte y le dijeron que los cooperantes cubanos no podían ir a la iglesia.
Marión regresó al pueblo y escondida fue a ver al padre para explicarle la situación. Él le dijo que dejara de asistir a misa pero que fuera todas las semanas a verlo por la parte de atrás de la iglesia, para confesarla y darle el sacramento.
Un tiempo después, en otra reunión, el jefe de la brigada contó en su discurso que él había sido educado en un colegio de curas. Entonces cuando terminó el encuentro ella le habló en privado y le dijo que no le permitían ir a la iglesia.
A partir de ese momento, la dejaron ir a misa de nuevo en Honduras, pero jamás pudo olvidar aquella situación decepcionante.
La adaptación a la nueva vida…
Reclamada por su hijo, Marión llegó a Miami el 2 de abril de 2023, precisamente en un Domingo de Ramos, día que se celebra la entrada de Jesús en Jerusalén, una semana antes de su resurrección. Trajo consigo la Virgencita de la Candelaria y todos los recuerdos que no caben en una maleta.
Del aeropuerto fue directo a la Ermita de la Caridad del Cobre, como muestra de su fe inquebrantable, a pesar de los obstáculos que ha tenido que sortear en el camino por haber sido profesional y religiosa en Cuba.
Ahora, en su nuevo hogar en Illinois, se dedica a las labores domésticas y busca integrarse en la comunidad local. Asiste a clases de pronunciación en inglés en la biblioteca pública cercana cada quince días y encuentra consuelo en las misas en español en la iglesia católica, que queda relativamente cerca de su casa.
Sin embargo, la nostalgia por su tierra natal persiste. Marión extraña su casa en San Miguel, sus rutinas y las actividades culturales que solía disfrutar con amigos y vecinos. Aunque en los últimos tiempos antes de emigrar, las distancias y las dificultades del transporte habían dificultado la participación en esos eventos.
A pesar de los desafíos, la mayor satisfacción de Marión proviene de estar reunida con su familia. «Es la mayor alegría que una madre puede tener», dice con emoción.
Con la mirada hacia el futuro, se aferra a la esperanza de educar y transmitir la cultura cubana a su nieta de seis años. Para ella, el amor y el apoyo de la familia son pilares fundamentales en su nueva vida en Estados Unidos. Además, reconoce la importancia de aprender el idioma y adaptarse al nuevo clima y entorno social para una integración exitosa.
La historia de Marión es un testimonio de amor hacia la familia, de lo difícil que es la distancia cuando nuestros seres queridos están lejos y de la nostalgia que puede aterrizar cuando se deja atrás toda una vida.
En su valiente decisión de emigrar a una edad avanzada, ha demostrado que nunca es demasiado tarde para buscar un cambio, para enfrentar nuevos desafíos y para encontrar la felicidad en otro horizonte.
Con su voz que tranquiliza, Marión encarna la fuerza de la experiencia, la sabiduría acumulada a lo largo de los años y la capacidad de adaptación que reside en cada uno de nosotros, sin importar la edad. En su viaje hacia una nueva vida, no solo ha encontrado un hogar en Estados Unidos, sino también una renovada sensación de esperanza y propósito.