MIGRACIÓN Y VEJEZ
Sufren los que se van y sufrimos los que nos quedamos
Por: Claudia Bernal
SUFREN LOS QUE SE VAN Y SUFRIMOS LOS QUE NOS QUEDAMOS
Mis hijos emigraron de a poco
Mi nombre es Alicia, tengo 78 años. Nací en La Habana y siempre he vivido en Playa. Soy historiadora, aunque me jubilé hace muchos años. Soy casada y actualmente vivo con mi esposo y mi hermana mayor. Mis hijos emigraron de a poco. Tenemos tres hijos varones. El mayor tiene 55 años y fue el primero en irse. Fue a Francia por un viaje de trabajo y no regresó. Hace 24 años que vive allá y ha tenido su familia. Luego mi hijo más chiquito, tiene 39 años y se fue a Estados Unidos. También se casó y tiene dos hijos. Se fue brincando fronteras en el 2014, pero no como ahora que ya hay una ruta y, aunque sigue siendo peligroso, en aquellos momentos era peor. Mi hijo salió el día de su cumpleaños de Ecuador, porque se vio solo y no aguantó pasar ese día sin familia. Llevaba unos meses viviendo en Ecuador. Estuvimos un mes entero sin saber de él, imagina la desesperación. Al mes supimos que estaba retenido en un centro en la frontera de México. Entonces un amigo fue y pudo sacarlo y logramos que llegara a Estados Unidos, pero de solo recordar la angustia que vivimos esos días, lo revivo todo.
El último en irse fue mi hijo del medio, que tiene 51 años ahora. Él logró viajar por México, le dieron un visado por 10 años y los primeros años se mantuvo dando viajes. Traía cosas para vender aquí. Realmente vivía bien aquí en Cuba, si se ve por el lado material. Pero no tenía tranquilidad, ni él, ni nosotros. Porque en ese momento no era tampoco como ahora que a través de las MiPymes puedes hacer importaciones de muchas cosas. En aquel momento, él tenía que estar contando las cosas que traía porque tenía límites en las cantidades y si le daba la cuenta o no. Luego venderlas, que no tenía autorizo para todo lo que vendía. Y ya lo que puso la tapa al pomo como decimos nosotros fue cuando el 11 de julio. Él fue de los que salió a las calles, no lo detuvieron, pero por poco. ¿Cuántas personas no quedan presas aún? Después de eso él decidió que tenía que irse y, aunque nos causa dolor, fue lo mejor que pasó. De México logró llegar a Estados Unidos y le dieron asilo.
En el caso de mi hijo mayor y el del medio supimos previamente de sus decisiones de irse de Cuba. Se sentaron cada uno en su momento con nosotros y nos comentaron lo que pensaban hacer, escucharon nuestro modo de pensar y tomaron su decisión. Con nuestro hijo menor, supimos cuando decidió irse de Cuba a Ecuador. Pero no nos dijo nada cuando decidió hacer la travesía. Varios de sus amigos en Guayaquil lo habían hecho y las historias de ellos eran horribles. Él nos había prometido que no lo haría, pero nada, la desesperación pudo más. Aún hoy mi hijo no habla mucho de lo que pasó ese mes ni las cosas que vio, pero sabemos que fue muy fuerte para él.
¿Qué vamos a hacer nosotros a esta altura en otro país?
No tuvimos la posibilidad de irnos con ellos en ese momento, pero sí tenemos la posibilidad ahora. Mi hijo menor ya es ciudadano y nos ha insistido mucho en ponernos la reclamación. ¿Pero qué vamos a hacer nosotros a esta altura en otro país? Mi esposo aun trabaja, él no se imagina encerrado entre cuatro paredes cuidando nietos. Yo todavía pudiera intentarlo por pasar tiempo con mis hijos y mis nietos, pero sé que él no va a acostumbrarse al encierro, a depender de los demás para moverse. Además, a esta altura de la vida no queremos ser más carga para ellos, perder nuestra autonomía y todo lo que hemos construido por tantos años. Se dice fácil lo de que la familia tiene que estar unida y es mejor estar con los hijos, pero hay que vivirlo, ponerse en los zapatos de nosotros que tenemos que empezar de cero a esta edad. No sé qué haremos al final, pero por ahora no nos decidimos. Hay mucho para valorar.
Y sufren los que se van y sufrimos los que nos quedamos
Con la partida de todos nuestros hijos, el primer cambio ha sido la nostalgia y la tristeza que nos embarga. Nosotros despedimos a nuestros hijos. Ningún padre quiere estar lejos de sus hijos. Pero ya antes hemos despedido primos, tíos, hermanos, amigos. Llevamos años despidiendo a gente querida. Cuba es un país que lleva muchos años viendo partir a su gente. Y sufren los que se van y sufrimos los que nos quedamos. Hace años atrás no había nada para comunicarse. Una carta cada seis meses y una llamada al año. No existían las vías de comunicación que hay en la actualidad. Gracias a Dios, hoy esas vías estrechan la distancia y uno puede comunicarse constantemente con todos. Pero se sigue sintiendo la ausencia, esa no se va nunca.
Ha sido muy difícil. Nunca el dolor por la ausencia se va. Hay días que son más tristes que otros, sobre todo en las celebraciones, el no poder estar juntos. Mi familia no está reunida completa hace años. Porque ellos han venido, pero no pueden venir todos y juntos. Es muy duro. El corazón se aprieta cuando hablamos. Cuando han venido, las despedidas son muy tristes. Volvemos a revivir esas ansias de no separarnos. Aun no conocemos a todos nuestros nietos. ¿Qué relación podemos tener más allá de vernos por la camarita? ¿Cómo será el día que nos vean en persona? Todo eso te estruja el corazón. Tratamos de darnos apoyo mi esposo y yo. De ver las cosas por el lado de que ellos están bien en sus lugares y que nosotros estamos aquí porque ha sido nuestra opción, pero no es fácil. Hay días muy fuertes…
La mayor afectación ha estado en el plano emocional y psicológico. Los períodos de estrés y de depresión. La incertidumbre sobre cuando les volveríamos a ver. ¿Cómo estarían? La frustración de no poderles ayudar. Muy fuerte lo que vivimos el mes de la travesía de nuestro hijo sin tener noticias. Hemos tenido una serie de ayudas materiales que han aliviado nuestra situación desde que ellos no están, pero cambiaríamos todo eso por estar junto a ellos, solo que aún no estamos preparados para irnos allá.
Luego está que desde que ellos se fueron nosotros tuvimos que asumirlo todo. Incluso cuidar la casa de mi hijo del medio. Imagina a esta edad tener que estar al pendiente de dos casas; ventilarla, darle vueltas para que no crean que está sola. Y está bastante cerca. Como está el transporte no quiero ni tener que pensar como haríamos si estuviera más lejos. Y somos mi esposo y yo con todo, más mi hermana que es viuda y también la ayudamos a ella. Hay días que me levanto y no tengo fuerzas para arrancar, pero al final hay que seguir. Nosotros tenemos que hacerlo todo. Las tareas de la casa, los mandados, las colas para los medicamentos. Aunque es verdad que ellos trabajan muchísimo y nos ayudan desde allá con comida y cosas de aseo para que podamos vivir, porque con la pensión acá no se vive. Ser viejos y no tener a la juventud aquí para ayudarte lo hace todo más difícil. Pero es lo que nos ha tocado, hay que seguir tirando.
Envejecer es de por sí un proceso complejo. Hacerlo en Cuba lo es más aún.
A mi edad yo quisiera estar con mi familia, pero tampoco quiero dejar todo lo que hemos construido, más que nada por los recuerdos. No me gusta preocuparme por tantas cosas, pero sé que la solución tampoco está yéndome. Es muy difícil de entender, envejecer es de por sí un proceso complejo. Hacerlo en Cuba lo es más aún. Aquí vives con miedo a que no lleguen los medicamentos. Mi esposo es hipertenso y estuvo meses que no había sus medicamentos. Aquí todo falta. Yo soy jubilada, recibo 1300 pesos al mes. Las pensiones no alcanzan, pero al menos tenemos nuestra casa. Todo lo que hemos obtenido en la vida está en nuestra casa, bueno… excepto nuestros hijos.
Quizás parece desde una mirada por arribita que preferimos nuestra casa a nuestros hijos. Pero nada más lejos de la realidad. Es solo que a nuestra edad necesitamos seguridades y esa seguridad nos la da nuestra casa. Es cierto que ellos nos ayudan desde allá, pero no es lo mismo mantener esa ayuda, que tener que cargar con nosotros allá. Aquí no hay opciones para nosotros salir o cambiar de aire. Allá hay opciones, pero dependemos de ellos. Sin embargo, vivir nuestros últimos años dependiendo de ellos, perdiendo nuestro espacio, nos frena a la hora de tomar la decisión.
Mi esposo se jubiló hace unos años, pero está contratado. De la pensión no se puede vivir. Nuestros hijos también nos ayudan. Y así vamos sobreviviendo. Suficientes no son. De otra forma no dependiéramos de nuestros hijos, ni mi esposo tendría que estar trabajando a estas alturas, aunque a él le gusta y no me lo imagino encerrado en la casa sin trabajar, porque es lo que ha hecho toda la vida. Yo suelo ir a la iglesia entre semana y también los fines de semana. También tenemos un grupo que nos reunimos a tejer, pero no siempre tenemos hilo. Así que casi estamos como en La Odisea, tejemos, y al terminar, lo volvemos a zafar y empezamos con otra cosa. Entre todas nos apoyamos y al menos nos entretenemos y salimos de casa. Somos varias amigas de la iglesia. Precisamente esto lo comencé a hacer hace algún tiempo porque sentía que me abrumaba mucho en la casa y pensaba todo el tiempo en la partida de mis hijos. Ha sido de mucha ayuda para mí.
Entre mi esposo y yo hacemos las actividades diarias. A veces me demoro más, otras menos. En ocasiones, algunos vecinos nos ayudan con algún que otro mandado, pero casi siempre lo hacemos entre nosotros y mi hermana, que ayuda en lo que puede, porque ella está más impedida. Si algún día necesitamos algo más específico recurrimos a amigos nuestros o de mis hijos. También un sobrino nos ayuda cuando son cosas que nosotros no podemos hacer. Y lo de los medicamentos, imagínate. Nuestros hijos nos mandan algunos, aunque hay otros que no tienen manera de conseguirlos porque son por receta médica. En esos casos sí nos hemos visto en apuros, porque la falta de medicamentos “controlados” nos afecta a todos. Pero bueno, tratamos de obtenerlos en la farmacia y, en último caso, nuestro sobrino nos ayuda a conseguirlos. Al final, tener que hacer las cosas solos porque no tenemos a nuestros hijos ha sido un reto, y haber logrado ser lo más autónomos posibles, nos da algo de satisfacción.
¿Qué vamos a hacer en unos años cuando no podamos valernos?
No sé qué vamos a hacer en unos años cuando no podamos valernos. Estamos tratando de vivir el día, el presente, porque no sabemos cómo será mañana. Si mañana tenemos que dar el paso e irnos, sé que será muy difícil y no sé si vamos a adaptarnos. No lo hemos dado precisamente por todas esas inseguridades y realidades que no estamos preparados para enfrentar. Pero no me veo en otro lugar. No estamos preparados para ello. Estar en un país diferente, con otro idioma. Encerrados en la casa, dependiendo de los demás para movernos. Se nos hace difícil vernos allí.
Pero y si nos vamos, ¿cuánto tendrán que invertir nuestros hijos para mantenernos, incluidos los medicamentos? Si aquí te enfermas, en las condiciones que están los hospitales tal vez no haces el cuento, más a nuestra edad, pero y si me enfermo allá, qué se hacen ellos. Es complejo realmente. Mi mayor sueño es poder estar juntos unos días, conocer a mis nietos. Estaríamos bien estando unos días juntos y regresando. Pero no es posible por ahora.
Desde mi experiencia, les recomendaría a otras personas mayores que estén en similar situación que busquen apoyo para realizar actividades que les hagan sentir mejor. Que les expliquen a sus familiares lo que sienten. Y para los que están en la misma situación que mis hijos, que entiendan a sus padres. No es fácil lo que nos piden. A nuestras edades pensar en dejarlo todo atrás y empezar de cero, no es una decisión que se tome fácil. Creo que no lo es para nadie, pero siendo ya mayores cuesta mucho más. Más apoyo y más comprensión.