Lo que no soy. Feminismo y nación
Por Teresa Díaz Canals
Investigadora asociada a Cuido60
Pensar molesta como caminar bajo la lluvia
cuando aumenta el viento y parece que llueve más.
Fernando Pessoa El guardador de rebaños
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
José Lezama Lima El pabellón del vacío

Autora: Margarita Fresco

Autora: Teresa Díaz
Nada volverá a repetirse
No sé por dónde empezar. Lo que sí tengo claro es que la amistad y el aprecio no se mendigan. Lejos estoy de entrar en una especie de re-victimización de mí misma. No es eso lo que deseo, el objetivo es otro, solo llamar la atención para que el feminismo en Cuba acabe de virar la cara, mire de frente a problemas esenciales. Si no se atiende este aspecto sería llamar a algo que se nombra de igual modo. Me refiero a ese movimiento que nació de una injusticia, de una visión específica de la vida, de entraña pacífica, horizontal y de respeto verdadero a lo Otro a una especie de movimiento autóctono que utiliza el mismo lenguaje, pero que no logrará transformaciones verdaderas y estarían siempre revoloteando en los mismos temas. Por supuesto, a lo largo de estos años se han logrado avances, es indudable, pero creo que muchas veces es sobre la base de pasos de tortuga. Ahora está de moda nombrar a un hecho determinado de otra manera, tal vez para suavizar u ocultar una realidad. Nombramos deambulantes a los indigentes, período especial a una dura crisis económica y así a muchas cosas que prefiero en estos momentos no mencionar.
Mi vínculo con el feminismo nace en el año 2000, después de defender mi doctorado en Filosofía. Puedo afirmar que se abrió ante mí un período de trabajo intenso y, pudiera decir, feliz. Me vinculé a las y los especialistas más destacados, hice mi propio proyecto de género invitada por una organización no gubernamental. Ahí se difundió y multiplicó el conocimiento de esta especialidad tan necesaria, se hicieron talleres de una manera sistemática. Los encuentros resultaron una manera de profundizar conocimientos y de crecer colectivamente en cada intercambio. Se abordaron muchos temas, entre ellos el de violencia.
En medio de ese proceso, otras instituciones me invitaban a diferentes encuentros y participé como jurado en concursos que se hacían en diversos proyectos por toda la Isla. En cada evento conocí a numerosas personas, nos reconocíamos como un grupo unido por una causa común, aunque no trabajáramos cerca cada día, los rostros se hicieron familiares.
Lo que llamo realidad es esta taza de café cremoso que sostengo en mi mano ahora mismo, sentada ante la computadora tratando de hilvanar algunas ideas y esos recuerdos que me circundan simultáneamente. La vida, cuando pasa, deja marcas hondas e imborrables y ella contiene no solo grandes ideales, también pequeñas miserias.
La autonomía de un instante
Un día me desperté con la noticia de la desconexión al lugar que le dediqué voluntariamente una parte de mi existencia. Otra vez – debido a la muerte repentina de un familiar – me enteré que era la única cuidadora de mis padres. Tiempo después, con el inicio de la pandemia, alguien consideró que no debía pertenecer más al lugar para el que trabajé con contrato fijo durante unos cuarenta años. Así de sencillo se me trastocó para siempre mi rutina de superación y de intensa labor educativa.
En las actividades que realizábamos dedicadas a la violencia de género se incluía la clasificación que conceptualmente se tenía en cuenta desde la teoría. No sospeché de las patadas de elefante que condenan a determinados seres humanos en algunos momentos a la más estricta soledad, podía recibirlas yo también. Lo que le sucede a una, le puede suceder a cualquiera. Entonces recordé esa palabra tan enarbolada en el lenguaje feminista: sororidad y sonreí. ¡Qué ironía! La española María Zambrano en su trabajo El payaso y la filosofía donde escribe que la sonrisa es lo más delicado de la expresión humana. Cuando a Cristo, en aquel proceso paradigmático le preguntaron: ¿Qué es la verdad? Calló y sonrió. Cuántos procesados humanos no tienen, sino que callar y sonreír en el punto de la verdad, de la verdad sin más.
Soy firmante de una petición de ley sobre violencia de género para mi país, lo que no es una barbaridad. Apoyé esa iniciativa nacida en la sociedad civil y todavía me parece una aspiración adecuada a las condiciones que vivimos. Recordemos que nunca hablamos de feminismo en singular, que el respeto a la diferencia es una de las principales divisas de esta corriente de pensamiento. Mi relación con algunas personas se mantuvo, sobre todo vinculada con medios de difusión como la televisión y el Proyecto Palomas; la misma dirección de la Federación de Mujeres Cubanas y el Centro Félix Varela se han comunicado conmigo. Sin embargo, una buena parte de ese círculo que me rodeó por años en esos coloquios donde se hablaba de la solidaridad se enfrió de mala manera, creo que ya para siempre. Hay especialistas que no se enteran del devenir, de que no hay datos eternos, ni verdades absolutas y afirmo esto con el más absoluto respeto.
Oración de vida
En la medida en que el tiempo ha pasado, aprendí también de otras experiencias preciosas. Ir y dejar ir también es una forma de diálogo. Con Gertrudis Gómez de Avellaneda, una de las grandes precursoras del feminismo en este suelo, supe de la importancia de la fidelidad a sí misma, a pesar de que toda constante humana puede constatarse desde su mutabilidad. Múltiples son las palabras y los silencios que cada persona puede pronunciar. Ahora que la violencia asoma en todas partes comprobé, una vez más, que la única fuerza verdadera es el amor.
Lou Andreas Salomé, una ensayista alemana, amada por el filósofo Federico Nieztsche, por el poeta Rainier María Rilke y muchos otros, adoptó la profesión de psicoanalista a los 60 años. Cuando el nazismo triunfaba padecía de diabetes y de un cáncer de pecho. Conservó un coraje ejemplar ante la enfermedad. Fue sola al hospital a operarse. Decía que se sentía unida a todo lo que existe en una “inmensa comunidad de destino”. Con su alegría, se preparó para recibir todo lo que la vida tenía que darle y para potenciar su capacidad de abrazarla. Con ella quiero cerrar este minúsculo relato de vida que clama por exaltar una ética de la compasión que no se ata a un código rígido, a un orden normativo, ni se erige sobre la superioridad de la experta:
vida llena de enigmas
lo mismo si me has hecho gritar
de gozo que llorar
yo te amo con tu felicidad y tu tristeza
con todas mis fuerzas te abrazo…
…
¡Para pensar, para vivir milenios!
vuelca de lleno todo lo que traes
Si no tienes más fortuna ya que darme
Enhorabuena, ¡aún tienes tu dolor!