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NO QUIERO PROBLEMAS
Por: Teresa Díaz Canals
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NO QUIERO PROBLEMAS

Aquel pueblecito era el símbolo de la emotividad estancada, invertebrada.

Eduardo Mallea, Historia de una pasión argentina

 

   El discurso acerca del cuidado a las personas mayores, en ocasiones, lo siento plagado de una retórica que las convierte en víctimas de determinadas circunstancias de una manera maniquea. El hecho de envejecer se impregna de una imagen de vulnerabilidad que casi siempre inspira lástima. Los viejos, por supuesto, necesitan del concurso familiar y de la sociedad en general. Sin embargo, hay una biografía en cada ser que arriba a la senectud. Somos lo que hacemos. 

   Hoy voy a mostrar algunas pinceladas de un caso que merece la pena conocer para reflexionar sobre la riqueza de matices que contiene este proceso de atención. Esta vez se trata de Enrique, un señor que vive actualmente solo. Sus dos hijos salieron hace relativamente poco de Cuba hacia Estados Unidos. La hija vivió con él hasta que se fue con sus hijos y el esposo, el varón compartía en otra casita con su madre hasta que ésta última falleció. Ya su hermana había partido cuando el varón le propuso al padre, para que no estuviera completamente solo, tramitarle un hogar para personas mayores, más conocido en Cuba como asilo. Enrique se negó rotundamente, no desea esa alternativa.

    Hay algunos parientes que viven cerca, como un sobrino que tiene serias dificultades con la vivienda. Sin embargo, él no se brinda para ayudarlo y a cambio de ese beneficio recibir el cuidado que necesita de su propia familia, pues presenta dificultades para caminar, se apoya en un bastón y requiere que le cocinen los alimentos.

   Al conversar con algunos vecinos me pude enterar que el protagonista de este testimonio fue un alcohólico. Además, fue un hombre muy violento, le daba golpes a la madre de sus hijos, lo que ocasionó la separación de la pareja.  Cuando conversé con él, esta parte de su vida la evadió. Exhibe la marca de una cicatriz en el rostro que comentó había sido ocasionada por un accidente con un carro que le atropelló. Muestra signos de una persona que no es sincera. Me contó otra persona que lo conoce desde hace años, que eso que se le ve en la nariz es porque lo operaron de un tumor que le salió en la piel.

Casi al final de la conversación con Enrique le pregunté si podía tomarle una foto. No, es mejor que no – me contestó -  no quiero buscarme problemas con esta gente. Esta gente no son sus hijos, personas cercanas a él, esta gente es el gobierno, la policía, el poder.

   Al poco tiempo de la ausencia de sus hijos, Enrique se encontró con una muchacha que no fue aceptada en la casa de su padre, porque su vida sentimental es bastante desordenada. Ella vivía en el barrio de El Fanguito y allí perdió su casa como resultado de las inclemencias del tiempo. Él le propuso acogerla en la suya con el compromiso de que le cocinara y limpiara. Accedió de inmediato, su pareja en ese momento era un señor mayor también. Circuló un rumor, divulgado por el mismo Enrique, que la joven una noche se metió en su cama y caminaba por la casa desnuda.

Allí permaneció unos cuantos meses hasta que le entregaron un dinero que supuestamente resultó de una herencia debido a la muerte de su madre que había viajado a España. De inmediato se fue de Cuba y dejó a su pareja, también anciano, en casa de Enrique. Ahora es ese señor, quien fuera la pareja de la muchacha, el que garantiza la limpieza y la comida de Enrique, mientras éste se dedica fundamentalmente a jugar. Muy a menudo entra en la casa destinada a “apuntar” un número, lo que se conoce con el nombre de “la bolita”. Estrella, la especialista por años en esta actividad en el barrio, comenta que Enrique no juega poquito, no le entrega un peso o dos por cada intento, como correspondería a un jubilado con el mínimo de pensión. Juega fuerte, dice ella. Pueden ser cien, doscientos pesos cada vez que entra a probar suerte con su máscara, que lleva no solo en su rostro, también en el alma.

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