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TANIA
Que la gente mala no siga haciendo las cosas que están haciendo

Por: Fidel Gómez Güell

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Suele deambular por las calles en horarios tranquilos y por zonas donde no hay muchas personas transitando. Aunque muestra señales de padecer algún tipo de déficit comunicacional, se puede, con esfuerzo, mantener una conversación de algunos minutos con ella. Es amable y educada. Tania fuma, camina despacio, pero cubre distancias considerables a pie. Siempre va cargada de unos bultos cuyo contenido le gusta mantener en privado. Ella disfruta de su silencio. Aunque no rechaza al que la aborda para conversar, se nota que prefiere mantener su tranquilidad y privacidad cuando se sienta a descansar en algún rincón de la ciudad. 

Aunque no quiso profundizar en su historia personal, se limitó a comentarnos que de alguna manera estuvo vinculada al proceso revolucionario desde sus comienzos y conserva esa especie de “lealtad” simbólica que su generación le prometió al “proyecto”. Le cuesta conectar la realidad actual y la precariedad en la que viven muchas personas mayores con las causas más profundas que han originado la crisis actual. Para ella, la figura del Comandante sigue representando un ideal de integridad y justicia. “Yo lo quería mucho, porque él era lo más grande”, me cuenta visiblemente emocionada.

A lo largo de algunos años de trabajo, en los que hemos intentado recoger la voz apagada de estos adultos mayores que como sombras del pasado, pueblan las calles de la ciudad, una cosa salta a la vista: el fervor cuasirreligioso con que se refieren a la figura de Fidel Castro y los hitos de la revolución. Se ve que los invade una nostalgia por aquella juventud romántica que con el tiempo ha devenido en una vejez solitaria y anodina.

Es un ejercicio antropológico muy interesante hablar con estas mujeres ancianas, cuya vida fue robada por el zarpazo totalitario que, a pesar de no tener posesión alguna y llevar una vida triste y solitaria, se sienten “agradecidas a la revolución”. En otro contexto sociocultural, esto sería una cosa inverosímil, pero conociendo los enormes esfuerzos propagandísticos que ha realizado el Partido Comunista durante más de seis décadas para adoctrinar a las masas, estas palabras cobran un sentido revelador. Es una realidad lamentable que las personas que peor situación social sufren en estos momentos sean los más fieles defensores del régimen autoritario.

Sus deseos son “seguir viviendo” y que “la gente mala no siga haciendo las cosas que están haciendo”. Aunque es difícil sondear en el significado de todo lo que dice se advierte una frustración de fondo que observamos en la mayoría de los adultos mayores que tienen la amabilidad de dedicarnos unas palabras en la calle. Duele ver como las generaciones que nos precedieron se desvanecen en medio de una vejez indigna. Personas como Tania y sus voces apagadas se perderán en pocos años dentro de la estridencia característica de un país como el nuestro, donde la memoria del pueblo está fabricada con retazos inconexos y teatrales de lo que la propaganda ideológica ha decidido imprimir en el imaginario colectivo.

La reflexión que la sociedad cubana debe hacer sobre la realidad objetiva de la vejez sigue brillando por su ausencia. Las visiones instrumentales y técnicas se imponen a los criterios antropológicos, éticos y estéticos. Es demasiado evidente que el Estado ni quiere -ni puede- remediar la profunda crisis humana que se esconde detrás de las desalentadoras cifras oficiales, las cuales solo describen el aspecto cuantitativo de la adultez mayor en un país que necesita cambiar de rumbo de manera urgente y radical. El daño en el tejido moral de nuestra nación es tan profundo, que la sociedad ha “normalizado” el abandono al vulnerable y la falta de empatía por el que sufre. La evidencia de este deterioro de nuestro sentido innato de humanidad, se ve todos los días en las calles, es un hecho triste. Muy triste, pero cierto.

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