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UN GRITO DESDE EL SILENCIO
Presentación de serie testimonial especial
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En medio del hastío que viven los cubanos todos los días, lo paradójico en este país, habitado por un pueblo que Mañach llamó de forma eufemística “impresionable”, es que no los escuchemos gritar. Muchas personas mayores en Cuba sufren en silencio delante de todos. Languidecen en la luz pública mientras mendigan una hogaza de pan o piden limosna al transeúnte. No hay excepción, desde el mismo cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, donde yacen para la eternidad los restos de hombres grandes y comunes, hasta el boulevard de Obispo en la capital del país, a solo unos metros del Capitolio Nacional.

Sus rostros curtidos por el sol se imprimen en el lente. Su lamento, a veces velado, a veces explícito, conmueve al investigador que intenta documentar esta historia del descalabro social de un sistema en crisis, renuente a evolucionar. Aquellos que creemos en el poder sanador de la palabra nos acercamos a ellos dispuestos a escuchar sus historias, a compartir unos minutos del día cálido y húmedo. Producto de esa familiaridad en el trato que todavía sobrevive en la generación de nuestros abuelos, se les puede hablar como le hablaría un nieto o un hijo. Cuando se les escucha con atención se pueden saber muchas cosas de su mundo interno, el que no se ve a través de sus vestuarios desgastados.

Para vergüenza de nuestra sociedad, hemos comprobado en persona, luego de un viaje de trabajo realizado desde Santiago de Cuba hasta la Habana recientemente, como muchos de ellos, a lo largo del país son pacientes de patologías mentales, a veces no diagnosticadas, sin embargo deambulan por las calles sin compañía, sin apoyo y sin orientación. Sus metas personales se han contraído a unos mínimos existenciales: buscar comida, beber agua en medio del calor abrasador y pasar la noche en algún lugar lo más seco y fresco posible, lejos del maltrato humano o el ataque de los animales callejeros, cosa que ocurre con más frecuencia de lo que podría esperarse.

Existen problemas éticos asociados a la documentación de estos casos de forma científica. No todos estos adultos mayores en situación de extrema vulnerabilidad quieren ser abordados, en muchos casos es casi imposible la comunicación verbal producto de sus limitaciones cognitivas o del lenguaje. Hay ocasiones en que sienten una vergüenza muy notable al hablar sobre su situación con el investigador, negándose incluso a recibir una pequeña ayuda o algún comestible en medio de la calle. Para algunas personas resulta difícil comprender como alguien que busca su alimento en los latones de basura conserva un sentido de la dignidad individual. Sin embargo, muchos de los llamados “deambulantes” mantienen los mismos códigos éticos que han tenido toda la vida, fenómeno en sí mismo que precisa de un estudio aparte.

Igualmente, nos encontramos con varios episodios de censura y autocensura, incluso algunos que se pudieran calificar de persecución. Los vigilantes cederistas, delatores y chivatos, que sin más propósito que el de mantener la “tranquilidad revolucionaria” en las comunidades, merodean por los alrededores, se mantienen “alertas” ante cualquier intento de documentar casos vulnerables.

Es sin dudas una orientación del gobierno que están cumpliendo sus subordinados ideológicos. En más de una ocasión en ocho provincias distintas: Santiago de Cuba, Las Tunas, Holguín, Gramma, Camagüey, Ciego de Ávila, Santa Clara y Ciudad de La Habana, enfrentamos acoso por parte de estos personajes. Preguntas como: “¿Quiénes son ustedes?, ¿Por qué están tirando fotos?, ¿Para qué es eso? ¿Qué van a hacer con eso?”, o comentarios como: “Váyanse de aquí que aquí no pueden tomar fotos”, “aquí no se puede filmar”, “les voy a llamar a la policía” o algunas directamente ofensivos “ustedes son unos degenerados que viven allá afuera del dolor del pueblo”, se repetían de la misma manera como si de un guion preconcebido se tratase.

El mismo modus operandi. El vigilante se acerca al investigador y su compañía, las cámaras son lo primero que llaman su atención, luego se presenta y comienza a hacer preguntas, va subiendo de tono al ver que se está documentando cualquier situación que le resulta incómoda y comienza la agresión verbal. Se nota, por la manera similar y escalada en la que actúan que han sido entrenados para ello. Su propósito no es resolver los problemas en cuestión, sino evitar que se conozcan por el público. Es lógico si se toma en cuenta la guerra cultural que está librando el Estado contra el periodismo independiente, la investigación académica no oficialista, el arte libre y las redes sociales que exponen la triste realidad de los cubanos.

Lo paradójico es que estas personas que fungen como comisarios, en muchas ocasiones  viven en las mismas condiciones que los casos documentados. En nuestra experiencia particular, donde tuvimos 11 situaciones de acoso en un plazo de 15 días en estas provincias, entre quienes nos abordaron predominaron las mujeres entre 50 y 70 años, de raza mestiza o negra y bajos ingresos económicos.

La impunidad con que cuentan los militantes revolucionarios para censurar, amenazar e invocar la represión policial política es inaudita. Constituye sin dudas un factor que obstaculiza el proceso de documentación, exposición pública y debate sobre los problemas más urgentes del adulto mayor vulnerable en la sociedad. En primera instancia prefiere ocultarse la problemática, impedir que se conozcan y documenten, blanquearlos y mantener el silencio sobre la crítica situación que viven nuestros ancianos más vulnerables. Es notable la estrategia de ganar tiempo y esperar a que la biología termine por sellar el final de estas personas que no reciben atención ni la recibirán en tiempos cercanos. Esta realidad es más fácil de percibir cuando se puede viajar a lo largo de la isla y encontrar patrones similares de actuación por parte del Estado y sus incondicionales.

El silencio cómplice de los medios oficiales y las instituciones cubanas (oficialistas) y extranjeras sobre esta terrible situación es lamentable. Se ha tratado de normalizar el hecho de que cada vez haya más adultos mayores vulnerables en estado crítico en nuestras comunidades, mientras crece el número de ellos que vive en la calle, otros tienen una precarias condiciones en los hogares donde viven. Otros padecen enfermedades mentales y viven en total desamparo sin sentido de la orientación ni apoyo de nadie. A muchos no les ha quedado más remedio que mendigar sobras y limosnas o vivir de la caridad de otros. La situación es insostenible. El grito de desesperación de nuestros ancianos debe ser escuchado, los cómplices del silencio no pueden permanecer impunes. Nuestro esfuerzo seguirá comprometido con la verdad y la compasión con el que sufre.

Esta serie de trabajos que comprende nueve testimonios actuales e inéditos, obtenidos en el viaje alrededor de la isla, es un esfuerzo por superar la censura. Las historias, recogidas de primera mano, de boca de sus propios protagonistas, pretenden irrumpir en el silencio cómplice y abrir nuevos canales de debate sobre la realidad de nuestros adultos mayores. Las entrevistas fueron abiertas, flexibles, adaptables a la situación real de los afectados y el contexto represivo que el Estado ha recrudecido últimamente, como parte de su cruzada en contra de la verdad. Las imágenes han sido recopiladas siempre con autorización de los entrevistados de manera espontánea y natural, no están sometidas a ningún proceso de edición ni mejoramiento visual de ningún tipo. 

El criterio de selección de los casos documentados fue el azar. En cada oportunidad que se nos presentó, abordamos al sujeto con amabilidad y respeto, le pedimos su colaboración luego de una breve presentación y a partir de ahí fluyó la conversación durante la cual tomábamos notas e imágenes, previa autorización. Un simple sí o no de parte del adulto mayor bastaba para comenzar la entrevista o abandonar la escena luego de un saludo cordial de despedida. Los casos de hostigamiento no fueron documentados pero han sido mencionados aquí para aportar contexto al trabajo. 

Nuestra primera responsabilidad con estos adultos mayores necesitados de ayuda y consuelo, es contar sus historias al mundo y evitar que sus voces se ahoguen dentro de la estridencia de la propaganda triunfalista y falaz promovida por las autoridades políticas. Sea en su beneficio y para ellos de manera especial esta serie de testimonios, salida del corazón de Cuba.

UN GRITO DESDE EL SILENCIO

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