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Qué nos pasa? ¿Qué nos está pasando?

 

Por: Teresa Díaz Canals

 

 

El pensamiento se nutre de acontecimientos y no hay solo una vida, sino muchas de ellas. Los seres humanos debemos aprender a ver en medio de la noche, advertir con mirada de invidente, percibir aquello que no está aún visible. A veces leemos un libro, y tiempo después descubrimos otros aspectos en ese mismo texto de los cuales no nos percatamos anteriormente. El civismo, escribió la filósofa española Victoria Camps, es el arte de la convivencia.

 

Vivimos en la actualidad cubana situaciones extremadamente complejas: mucha gente carente de medios para obtener una alimentación adecuada, medicinas y otros bienes necesarios; tiempo perdido en filas, en paradas de ómnibus, en guardias y reuniones inútiles; bochornosa suciedad de las calles; contaminación del medio ambiente; jubilados con pensiones miserables; aumento de los accidentes de tránsito; inflación galopante; personas privadas de libertad por decir lo que piensan; discriminación racial; emigración masiva; violencia por robos, feminicidios; prostitución; música estridente y vulgar en cualquier lugar; miedos que obligan a callar y el silencio se vuelve criminal; familias rotas, separadas, existentes mediante retratos y móviles; corrupción, estafas, doble moral.

 

Es preocupante la naturalización de muchos comportamientos indeseables y lastimosos. Recientemente pude observar en un video cómo en Miami dos cubanos encaramados en una camioneta robaban mangos y, en otra ocasión, escuché también acerca de otros ciudadanos de igual origen que fueron arrestados por pelear gallos en esa misma ciudad. Las malas costumbres adquiridas y estimuladas aquí se reproducen en otros espacios diferentes económica y culturalmente.

Los mutuos derechos en cualquier sociedad obligan al respeto. Se impone la comprensión, el diálogo, mirar de frente al dolor, al sufrimiento de un pueblo cansado. Muchos jóvenes ―y no tan jóvenes― distanciados de esa manera de decir para no buscarse problemas: “no te metas en eso”, se metieron en eso, proclamaron la verdad. Hoy impulsan proyectos de ayuda a las personas en situación de calle, de solidaridad con los enfermos, los discapacitados, los presos, apoyan la labor social de nuestra Iglesia, saben muy bien que el camino sin vida no es camino. Defienden lo que creen ante el clamoreo de los soberbios y los que autorizan todos los tremendos malestares de la Isla. Como dijera nuestro José Martí en El presidio político en Cuba:

 

Cuando todo se olvida, cuando todo se pierde, cuando en el mar confuso de las miserias humanas el Dios del Tiempo revuelve algunas veces las olas y halla las vergüenzas de una nación, no encuentra nunca en ellas la compasión ni el sentimiento.

La honra puede ser mancillada.
La justicia puede ser vendida.
Todo puede ser desgarrado.
Pero la noción del bien flota sobre todo, y no naufraga jamás.


Estas recompensas terrenales del quehacer compasivo quizás sean el anuncio de otra reparación más definitiva. La frase “Misericordia quiero y no sacrificio” nos alerta del culto al sufrimiento por el sufrimiento mismo. La alegría también puede ser un sacrificio, un acto de amor. Amén.

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