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Relatos sobre el maltrato intrafamiliar a las personas mayores en Cuba
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MALTRATO INTRAFAMILIAR

Por Claudia Bernal

  1. Sin perder la esperanza

Teresa tiene 83 años. Su familia siempre tuvo una holgada posición económica dentro de la realidad cubana. Su casa, enclavada en el barrio capitalino de Miramar, es de esas casonas que deslumbran al que pasa. Tuvo dos hijos a los cuales quiso y cuidó desde pequeños y todo el tiempo que vivieron con ella. Su hijo emigró y se quedó viviendo con su esposo, hija y yerno. Este último, un hombre con muchas influencias dentro del “sistema”.

Lo que podría ser un buen pasar en Cuba, se trastocó con una situación de salud inesperada en la familia. Su esposo enfermó de demencia, debutando con un Alzheimer que, al pasar el tiempo, lo hacía convertirse en alguien agresivo. La agredía constantemente y Teresa, que ya no podía soportar esa situación, le comentó a su hija que se iría a la casa de una amiga. Su hija le comunica que lo mejor sería ingresar al padre en un Centro Psiquiátrico o en algún sitio donde lo pudieran atender. A los días, su hija le trae un papel para que lo firme y le comenta que sin su firma no pueden ingresarlo. Le explica que el documento es un autorizo para que su esposo pueda ser recibido en la institución. Confiando en su hija, sin leer ni revisar, Teresa decide firmar.

Lo que no sabía Teresa es que el documento no era un autorizo para el ingreso. Estaba firmando su divorcio y, con él, renunciando a todos sus bienes. Engañada por su propia hija, supo lo que había firmado tiempo después, cuando falleció su esposo, pues durante ese tiempo había permanecido en la casa de su amiga. Su hija, influenciada por su esposo, había dispuesto toda la documentación para despojar a su madre de los bienes materiales que le correspondían por ley. En su caso, no solo se trataba de la casa, sino también de un pequeño yate que tenían ella y su esposo desde jóvenes, y que habían podido conservar.

Su hijo, que residía en el exterior, se repatrió para poder ayudar a su madre en el difícil camino de recuperar sus bienes, trámites que por mucho que se esforzaba en adelantar, cada día se demoraban y complicaban más. Teresa continuó por varios años intentando recuperar sus pertenecías, porque ni tan siquiera había podido sacar nada de la que fuera su casa, solo las pocas cosas que se había llevado a la casa de su amiga. Actualmente, reside fuera del país. Su hijo la llevó a vivir con él. Aún no pierde la esperanza de recuperar lo que le fue arrebatado por la persona menos esperada. Antes de irse de Cuba logró acercarse a su nieto y bisnieto y establecer una bonita relación con ellos. Tampoco pierde la esperanza de que su hija vea cuanto mal le ha causado y que lo pueda enmendar.

 

    2. Despojo.

La historia de Lidia, nos acerca a los últimos años de una mujer que fuera musicóloga, estudiosa e historiadora de la obra del maestro Lecuona. Mujer de carácter fuerte, jaranera también, con defectos y virtudes como los tiene cualquier ser humano. Pero justamente como ser humano merece vivir con dignidad, derechos y respeto a sus libertades fundamentales.

Lidia, padecía una enfermedad degenerativa del sistema óseo, que la hizo cada vez más dependiente de muletas y bastones, hasta quedar postrada en un sillón de ruedas. En unos años dejó de ser una mujer independiente y se convirtió en una persona que necesitaba de la ayuda de los demás para poder valerse.  Aún en medio de las limitaciones a sus capacidades físicas, intentaba ser lo suficientemente autónoma. Recibió mucha ayuda de las personas de la iglesia a la que asistía, fueron muchos los que le alcanzaban un plato de comida, la asistían con el traslado hasta la iglesia y de regreso y también con algunas gestiones que necesitaba realizar. Estos fueron sus ángeles en la tierra.

Sin embargo, pese a esas redes, a Lidia le tocó vivir el despojo. Un despojo involuntario. Tenía asignado un trabajador social que debía ayudarle en su día a día. Luego decidieron retirarlo y asignarle un almuerzo del Sistema de Atención a la Familia (SAF). Pero el almuerzo debía ir a buscarlo personalmente o gestionar quien lo recogería por ella. A medida que se fue haciendo más dependiente empezó a necesitar más de las personas. Fue esta la oportunidad que vieron muchas personas que pasaban por su casa para ir despojando a Lidia de sus bienes. Una casa que contenía recuerdos, adornos, obras de arte, partituras, muebles, fue quedando despojada por manos que pasaban y se llevaban lo que les interesara. Fueron varios los que incluso vivieron con ella, fueron varios los que la maltrataron de manera verbal y hasta físicamente. Hubo quien hasta le prohibió abrir la pequeña ventana en la puerta de la sala, que era su única manera de entretenerse mirando la gente pasar. Al no alcanzarle su pensión, también tuvo que vender muchos de los bienes que le iban quedando a bajos precios.

Lidia se quedó sola con su sillón, su cama y su televisor. Viviendo de los recuerdos del pasado, evocando los tiempos en que era alguien conocida y con amistades del mundo de la música. Nunca tuvo familia que velara por ella. Los miembros de la iglesia siempre trataron de estar ahí para ella, pero había momentos que no podían hacer más. El Estado se desentendió también de su atención, cuando lo necesitaba más. Lidia murió en la soledad y la pobreza, casi se fue como había venido al mundo, sin nada, despojada de todo lo material que durante su vida había logrado conquistar.

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