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Sin mí te faltaría un pedazo.  Notas sobre el exilio cubano

 

Por Teresa Díaz Canals

Investigadora asociada a Cuido60

 

Poned atención,

un corazón solo

no es un corazón

Antonio Machado

Copia de Adrián Rural - Foto.jpg
Autor: Adrián Rural

Salí  sin ser notada

…formo parte de este país, aunque no les guste tengo derecho a hacer cosas por él, de aquí no me voy a ir ni aunque me den candela… Sin mí te faltaría un pedazo, para que te enteres… Estas palabras las expresó el conocido actor de teatro y cine Jorge  Perugorría  mediante el personaje  de Diego en ese clásico del cine cubano que es Fresa y Chocolate.  Como se puede constatar, en esa idea se formula la determinación de mucha gente de no marcharse de la Isla. Sin embargo,  al final de la famosa película, Diego se ve obligado, debido a las circunstancias en que vive, a retirarse definitivamente de su tierra.

   El éxodo de cubanos y cubanas en la actualidad marca una pauta impresionante en la historia del exilio. ¿No hay quien le diga al pomo vacío adónde va la esencia que se vuela?[1] Un poema atribuido a Zenaida Rodríguez Trujillo, natural de Cárdenas, Matanzas, que apareció y se divulgó en las redes, resume en pocas palabras y con mucho dolor  la venta de las casas y otras propiedades para emprender un camino inseguro, con el riesgo incluso de perder la vida.

 

Se vende esta casa

Y con todo adentro        

Se venden sus muebles

Y electrodomésticos

Sus fuertes paredes

De bloque y cemento

Puertas y ventanas

Resisten al viento

De placa fundida

Es su fuerte techo

Es cómoda amplia

Todo está bien hecho

 

Se vende esta casa

Llena de recuerdos

De infancia añorada

De primos corriendo

Por ese pasillo

Ahora en silencio

De olor a comida

Que viene saliendo

De aquella cocina

Lejana en el tiempo

La voz de la abuela

Con tantos consejos

La voz del abuelo

Sus chistes y cuentos

Y todos sentados

Sus historias oyendo

[…]

Se vende esta casa

Lo anuncian sus dueños

Porque ellos se marchan

A un futuro incierto

Como lo hacen tantos

Persiguiendo un sueño

Aunque muchos quedan

En un vano intento

Se vende mi casa

Y con todo dentro

Se vende mi barrio

Se vende mi pueblo

Se vende también

Mi país entero.

  

  Se apela muchas veces al análisis del tema migratorio como un fenómeno mundial, lo que es muy cierto: Yo vengo de todas partes/ y hacia todas partes voy. Una de las peculiaridades - en nuestro caso - del partir, es la lejanía. Somos Isla y el tema del viaje para una persona que nace con esta condición  significa, entre otras cosas, descubrir qué existe más allá del horizonte. Pero ese no es el afán de desplazamiento que hoy empuja a nuestra gente, el contexto provoca que perdamos entidad y nos desrealizemos por falta de claridad acerca de nuestras propias vidas.

   El período “revolucionario” se traducía  como etapas que serían de manera paulatina superadas, se concebía un proyecto progresivo que lograría metas alcanzables.  La clave para entender ese soportar tal vez se encuentre en la idea de Séneca: “hay que buscar que lo que soporta sea más fuerte que lo soportado”  porque ese proceso  de construcción socialista se edificó con el afán de compartir el pan de manera igualitaria. Era la ilusión de cultivar la raíz de los posibles anhelos.

    ¿Qué le queda a la gente en medio de las graves dificultades?  Por una parte, un discurso necesitado de renovación. Una parte de la población vive en el fracaso irremediable porque no tiene más opciones;  por otra, la necesidad de éxito inmediato, aunque sabemos muy bien que las alternativas son difíciles en todas partes. Escuché  una noticia hace poco acerca del desalojo de sus casas a inmigrantes en la ciudad de Phoenix, Arizona, por la elevación de los impuestos. También disfrutar del sueño americano tiene su precio. Sin embargo, la salida a cualquier lugar, la apertura de secretas puertas, la entrada en un espacio abierto,  es el anhelo de una masa significativa de cubanos y cubanas.

   Vivir bien no es solo una cuestión moral, es al mismo tiempo estética. El conocimiento es posible también a través de la poesía. A veces esta última es  mejor que un tratado filosófico o sociológico, porque enseña esencias de la ética.  Para mucha gente nuestra, llegar a otro destino sería el comienzo del amanecer, aunque la esperanza de alcanzar la alborada, el elegir partir, implique riesgos.

   A menudo se repite una especie de “descubrimiento” de que es importante aplicar la ciencia para encontrar las maneras de resolver todo lo que nos afecta. Reuniones diarias, en muchas ocasiones las intervenciones “descubren el agua caliente”,  es lo que se constata en las pantallas de los televisores. La ciencia no tiene nada que ver con el sentido de la vida.  El austriaco Ludwig Wittgenstein escribió en su Diario Filosófico el 11 de junio de 1916: “Pensar en el sentido de la vida es orar”.

    Estimo que es necesario un saber de experiencia[2], estar al tanto de la conversación callejera, de la vida vulgar y sin zapato. Sócrates fue el filósofo que, en su andar callejero, estuvo más apegado a ese tipo de conocimiento por su interés en encontrar lo diario y lo cotidiano y más que descender a la humildad, es preciso un saber mirar a ella, un saber escuchar, que sería un saber de salvación para encontrar el camino de vida.  

   La cara es diferente al rostro. La primera se ve y punto,  el segundo es voz, palabra, grito, llanto, ruego. El acceso al rostro es ético, un acceso de no indiferencia. Es lamentable que a los que emigran el poder solo se fija, si acaso, en sus caras, no en sus rostros. 

 

[1] Loynaz, Dulce María Poema LXXV  En: Dulce María Loynaz Poesía Editorial Letras Cubanas, 2002, p.127

[2] Véase: Hacia un saber sobre el alma María Zambrano  Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2012 Pp. 71-90

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