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“¡VAMOS CON TODO!” PERO… ¿HACIA DÓNDE?

 

Por: Fidel Gómez Güell

Los revolucionarios cubanos hace mucho tiempo se emanciparon de la realidad. En la simulación ideológica que han construido con propaganda, desinformación y miedo, habitan tranquilamente como si nada estuviera ocurriendo a su alrededor. El país se muere por asfixia, los hijos se van, los padres sufren, las madres lloran y los abuelos caen en la más profunda miseria material y moral, derrotados por el mismo Estado paternalista que los mandó en otros tiempos a combatir “enemigos” fabricados en latitudes extrañas.

Adultos mayores descoloridos, amargados, tristes, famélicos pululan a deshora por los rincones de la ciudad buscando migajas para comer, o latas de aluminio intoxicadas con alcoholes baratos para reciclar y vender. Los ancianos abandonados a su suerte son la cara más visible del fracaso, son la lección que le dio la historia a quienes creían que podían fabricar un hombre nuevo de la arcilla de la revolución. Al parecer, las complejidades de la naturaleza humana no pueden abarcarse ni modificarse en ningún intento de ingeniería social o ideológica, esto lo hemos aprendido los cubanos de la manera más dura.

Las calles de los revolucionarios son calles decadentes, grises, sin esperanza y con la única certeza de que quienes se queden en Cuba padecerán el mismo final que los ancianos que hoy desfallecen de inanición en colas y aglomeraciones públicas. La vieja filosofía romana del “pan y circo para el pueblo” ha funcionado por décadas en una sociedad donde se abolió por decreto el pensamiento crítico y se suprimió la libertad de expresión. Sin embargo, en estos momentos escasea peligrosamente el pan sin que los insomnes e irreflexivos defensores del estatus quo se dignen tomar en serio las señales inequívocas del fin, que se acerca lento e inevitable.

Maestros, doctores, ingenieros, técnicos, obreros y artistas ancianos se pueden ver fuera de las farmacias vacías y las bodegas desabastecidas esperando una aspirina o un cuarto de pollo. La etapa de la vida en la que deberían reclinarse a disfrutar sus logros y compartir su sabiduría con otras generaciones, se ha convertido en una agonía cíclica de colas, escasez, enfermedad, soledad y hambre. El autismo político del resto de la ciudadanía los lleva a cambiar la vista hacia otro lado cuando se cruzan en la calle con quienes en otros tiempos los curaron, los ayudaron, los enseñaron o los divirtieron. Algún alma caritativa les ofrece alguna ayuda momentánea o una palabra de aliento, pero estos actos de humanidad no serán la solución al problema sistémico del abandono al adulto mayor en Cuba.

En los medios de difusión, los propagandistas se empeñan en continuar irrespetando la inteligencia de los ciudadanos, alzados sobre los hombros de una generación delirante que está dispuesta a darle palos a sus hijos y nietos si salen a la calle a reclamar esos derechos naturales que los estados no deben administrar como si de privilegios se tratase.  “Vamos con todo”, dicen, “Resistir y vencer”, vencer a la realidad que es tan obstinada. La realidad que se empeña en demostrarles que su narrativa solo traerá más dolor a un pueblo viejo sin poesía y sin zapatos.

Mirémonos en el espejo de nuestros abuelos y nuestros padres. No puede ser sano vivir cómodamente en una sociedad tan enferma. ¿Vamos con todo a dónde? ¿Al abismo, a la nada, al fin? Votaciones, desfiles y mítines se suceden como dosis de morfina a un paciente sin remedio en una trinchera derrotada. Las madres miran por las ventanas hacia las calles en silencio. El miedo es omnipresente en los hogares de los cubanos y en sus cabezas saturadas de problemas y sueños incumplidos.

En el pasado desfile por el día mundial de los trabajadores se veían muy pocas caras alegres, muy pocas caras jóvenes, muy pocas caras honestas. Cada vez son menos los voluntarios del partido comunista y más los que se marchan con un sabor agridulce en la boca, dejando a sus padres y sus abuelos a merced del caos y el abandono. Algunos apuestan porque la naturaleza resuelva el problema por su propio peso. La baja natalidad, la emigración inevitable, la fuga de cerebros y la soledad terminarán por cobrarse la factura que tendremos que pagar todos. Probablemente sean esas las causas que darán al traste con este experimento colectivista que va con todo hacia ningún lado. Reconocer el fracaso es un acto doloroso, pero no reconocerlo es un acto suicida.

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