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Gleyvis Coro Montanet

ROMANZA DE LA CAJA PARA CUBA

Por: Gleyvis Coro Montanet


Desde que llegó a Madrid

la guajirita Yordanka

de los Remedios Domínguez

todos los meses, sin falta,

con neurosis obsesiva,

sigue un ritual, una cábala

que consiste en embutir

-con arte y perseverancia-

un mercado mayorista,

un rastro y una farmacia

en las breves y precisas

dimensiones de una caja.


Los Domínguez se angustiaron

cuando se fue la muchacha.

Era su razón de ser,

la alegría de la casa.


Desde entonces, cada mes,

como un clavo o como un ancla,

llega al hogar un paquete

que viene de las quimbambas

con la dirección escrita

con tinta color naranja

bajo el rótulo siguente:

"La familia de Yordanka".

Decirlo, se dice pronto,

pero mandar esa caja

es una meta apoteósica,

un propósito de ampanga.

Yordanka no ha visto Europa,

apenas conoce España.


Pasa los días y noches

malabareando finanzas.

No sale, no se da un gusto,

más de lo justo no gasta,

no goza, hasta tiene un móvil

con la pantalla quebrada

porque el motor de su vida,

su pacto de amor sin pausa,

su guerra consecutiva

su lucha mensual, su causa,

por encima de ella misma,

es enviar esa caja.


Un compatriota mulero

la transporta de Barajas

al barrio de Culo Prieto

que agoniza en la sabana,

donde hace quince veranos

dejó de vivir Yordanka.

Cobrándole, por supuesto,

según lo dicta la báscula,

el kilo de medicinas,

de comida y misceláneas

a precios estratosféricos

para su cuenta bancaria.


Esa hora del pesaje

se llama, de forma enfática,

el peor de los momentos

que atraviesa la muchacha.

Los ovarios se le suben

al nudo de la garganta,

pues aunque mucho lo evita

y a última hora entresaca

diez blumes, par de sartenes,

un pantalón o una lata...

la caja siempre termina

pesando una tonelada.


Dan unas ganas enormes

de gritar, pero Yordanka

ni se rinde, ni se vende.

Cuando la pesa se pasa,

como guajira decente,

siempre apechuga y lo paga.

Después se queda rezando

hasta que cruce la aduana


de Cuba, que es muy compleja,

por no decir despiadada.

Cuando por fin la recibe

la familia alborotada,

el premio, la recompensa

se vive en Madrid por wásap.


Salen su padre sonriendo

con su sobrina que salta,

abuelo enfoca a la nieta,

y de manera automática

le pregunta: ¿Qué se dice?

Y la nieta dice: Glaaciaaa.


Y la madre, muerta en vida,

pero con la mente clara

plantea lo más difícil,

chupando toda la cámara:

¿Cuánto costó esto, mijita?

¡Te vas a quedar pelada!

Yordanka miente diciendo

que son cositas baratas,

muchas de segunda mano

o adquiridas en rebajas.

Su voz parece creíble

y la matriarca se calla.

(Por suerte, fuera de Cuba,

la cosa no está tan mala).

La risa de los Domínguez

cruza la rota pantalla

y el brote de esa alegría

llena sus vidas de magia.

Yordanka toma la pluma

de tinta color naranja

y pregunta, enternecida:

El próximo mes ¿qué manda?



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