Por: René Fidel González García
Tiene cincuenta y nueve años, está retirado por las secuelas de una lesión que le dejó una trifulca infame en una playa: "pensé que aquello se había quedado ahí y me dormí en la arena, por la tarde él vino con una piedra así de grande - sus manos dibujan en el aire la piedra terrible - y me la dejó caer en la cabeza", me dice mostrando su cráneo hundido como la mitad de un aguacate sin su semilla.
Ahora cobra 1500 pesos de retiro pero no lo hace desde que hace dos meses se le perdió la tarjeta y el carnet de identidad, afirma.
Locuaz, en su voz y gestualidad no hay un atisbo de la ausencia de dignidad - o de tristeza - que cualquiera puede suponer va a encontrar en un hombre que come sentado e inmutable entre las bolsas de desperdicio rotas de un basurero vecinal a la caída de la tarde.
¿ Cuántos golpes son necesarios para derribar a una persona ?
¿ Qué es suficiente para hacerlo ?
¿ Cuándo concluye ?
Fue un pionero como todos en Cuba desde hace más de medio siglo, estudió un técnico medio en construcción y luego fue cocinero en gastronomía: "Mi vida fue durante muchos años en los contingentes", me dice mientras traslada con su lengua el engrudo blanco y áspero en el que aún se distinguen los granos de arroz que serán engullidos sin poder ser masticados por las encías rojas e inflamadas en las que apenas sobreviven algunos dientes.
"El arroz lo resolví un poco más adelante, pero aquí encontré un hueso que tenía restos de carne y aproveché, no había comido en todo el día."
Le pregunto la edad que tenía en el Periodo Especial y me dice que unos cuarenta, han pasado más de 30 años, le digo, entonces hunde el tenedor plástico y frágil que con delicadeza y habilidad maneja entre sus dedos sucios y me dice: "era joven, entonces era joven, muy joven".
Dice que ahora vive en la sala del cuarto de una casa que antes fue suya y de la que ahora solo le queda ese espacio: " ayudé a una sobrina que cualquier día me saca para la calle. La casa antes tuvo tres cuartos más pero le entregué dos a mi hijo, ahora vive su vida y no se ocupa de mí".
"La cosa se ha puesto difícil, muy difícil pero yo creo que mientras uno no se vuelva chiva o ladrón siempre se sale adelante", dice mientras guarda la vasija plástica en la que aún queda algo de arroz.
Le prometo otro día conversar, asiente con un gesto.
Le veo sacar de entre sus ropas un cigarro artesanal y grueso, lo quema con un gesto típico y emprende despacio la marcha hasta lo que él llama su casa. Para hacerlo atravesará media ciudad de un Santiago de Cuba que va entrando ya a su voluptuosa e insaciable noche de sábado.
Yo sé que su vida es - y la de miles de cubanos - como los granos de arena que se nos escapan entre los dedos en una playa a la que nunca creímos que podíamos llegar.
Cuando ya no escuchas a los dioses pedir el sacrificio es porque ellos te están sacrificando.
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