RELATOS DE CUIDADORAS
Vamos haciendo la vida, cuidándonos
Entrevista a Lucrecia Pazos Pumariega
Por: Claudia Bernal
LUCRECIA PAZOS
Mi nombre es Lucrecia Pazos Pumariega, pero todos me conocen por Lucrecia. Tengo 65 años, soy nacida y criada en La Habana y aquí vivo, en el municipio Centro Habana. Estoy jubilada actualmente. Soy graduada universitaria de Economía. Trabajé 36 años en el primer nivel de la economía del país, en el Instituto Cubano de Investigaciones y Orientación de la Demanda Interna, del Ministerio de Economía. Después por razones de salud fui haciendo un desentrenamiento, trabajé en la Unión Cuba petróleo, en Lizt Alfonso Dance Cuba y, por último, en ARTEX donde terminé jubilándome. Tengo 3 hijos. Ninguno vive conmigo porque emigraron a Canadá. Me queda mi mamá nada más aquí en Cuba. Mi papá falleció hace doce años y mis hermanos casi todos emigraron también. En Cuba solo estamos mi mamá y yo y dos primas lejanas.
Vamos a comenzar hablando de cuidados. Me dice que su papá falleció hace doce años, imagino que usted también cuidó de él.
Exacto, en el año 98 mi papá sufrió una hemiplejia producto de un infarto cerebral. Yo regresaba de mi primer viaje al exterior y me encontré esta situación. No tenía posibilidades reales de dedicarme al cuidado de él a tiempo completo porque trabajaba. Mis padres ya estaban separados, pero vivíamos relativamente cerca. Era un problema, porque dejar a mi papá a mi cuidado directamente implicaba que quien lo iba a asumir era mi mamá que ya era una persona mayor y pensábamos no le correspondía. Entonces hubo un consenso para que un sobrino mío que todavía vivía en Cuba asumiera su cuidado. Junto a mis hermanos me ocupaba de la parte material y emocional, porque yo estaba en función de asumir el aseguramiento de la casa, de ir dos, tres veces en la semana porque trabajaba y tenía una responsabilidad grande, pero no me podía desentender del panorama familiar.
El transporte me dejaba en la esquina de su casa, pasaba, chequeaba como había pasado el día, los ejercicios para irse recuperando, logramos con el tiempo pudiera decir algunas palabras. Mis hermanos vinieron, estuvieron con él, lo paseaban, siempre se sintió acompañado, los fines de semana lo traía a la casa, comía lo que le gustaba. Mis padres, aunque se separaron fueron amigos siempre. Y el amor en ellos no terminó, se acompañaban y recordaban juntos, lo que hacían cuando éramos niños. Para él fue muy bueno. Quince días antes de fallecer, notamos que iban disminuyendo sus deseos de comer hasta que falleció. Nos quedamos con un vacío muy grande, pasé de tener un trajín enorme a sentirme sin nada que hacer. A veces digo que mi problema de pérdida de memoria, en ocasiones, viene de ahí, de dejar de hacer muchas cosas que hacía.
Interioricé en ese momento, que no me podía pasar con mi mamá. No podía dejar que enfermara y yo seguir trabajando. Me puse la meta que trabajaba hasta los 60 años. Aunque tuviera capacidad intelectual para seguir y aunque estaba en un momento bueno de mi carrera como económica y como especialista principal, decidí comenzar a preparar a dos personas que me sustituyeran. Tuve dos buenos jóvenes en adiestramiento que captaron lo importante de la profesión. La profesión es muy sensible, yo quería que ellos captaran la honestidad y la responsabilidad que lleva. Hoy en día no todas las personas son honestas y transparentes en Cuba. Me satisface que captaron la esencia que les transmití y logré que uno de ellos terminara la Universidad, son muy buenos los dos. Cuando hablo con excompañeros de trabajo me dicen: “no se nota que faltas aquí porque ellos asumieron tal y como les enseñaste”. No fue una ruptura, fue una continuidad en el trabajo.
Vine a la casa porque ya me daba cuenta de que mami fallaba en algunas cosas, que se le olvidaban, que esperaba a que yo llegara para hacer otras. Me di cuenta de que ella ya no podía con muchas tareas cotidianas, aunque mantenía la voluntad de ir a la farmacia, de hacer algunos mandados, de ir a comprar algo al mercado. Sin embargo, las habilidades de la casa las estaba perdiendo un poco. Ella trabajó toda su vida; no fue ama de casa, o sea las labores de la casa no eran su fuerte. Yo interioricé viendo a mis compañeras: “me voy a jubilar porque tengo a mi mamá encamada”; y yo me decía no quiero llegar a cuidar a mi mamá de esa manera: enferma.
Yo quería disfrutar con mi mamá, hacernos una panetela y comerla conversando, hacemos cuentos, quería otra cosa y es lo que estamos viviendo. Mis hijos estaban fuera de Cuba y nos habían invitado dos veces a visitarles, siempre bajo la condición de que íbamos juntas o no iba. Hemos logrado siempre viajar juntas y compartir con ella cosas que no es lo mismo hacer el cuento que vivirlas. La impresión de mi mamá al ver las Cataratas del Niágara, de las que había escuchado, y leído de José Manuel Heredia en su “Oda al Niagara”, pero la experiencia de estar allí y hacerlo juntas, lo disfruté muchísimo. Lo mismo me pasó con Viñales, mi mamá me dice: “maestra toda la vida y una cosa es hablar de los mogotes de Viñales y otra, verlos”. He podido compartir esos momentos, que mami estuviera conmigo viviendo lo que por tantos años habló de la geografía de Cuba y no había podido ver.
Me resulta muy interesante que cuando se habla de cuidadores, de personas mayores que cuidan a otros mayores, casi siempre se refiere al cuidado de una persona en un estado terminal o dependiente y no en esta fase. Me resuena muchísimo y deja una lección el pensar: voy a estar para acompañar, cuidar y disfrutar desde antes. Para cuidar más que lo físico la parte emocional, aunque es una realidad que no todos pueden experimentar de la misma manera.
Sabes, me pasa una cosa, la palabra que me gusta es acompañar, era lo que yo quería, acompañar a mami. Yo me iba de casa a las 6 am, regresaba para comer juntas, ver un ratico la TV y dormir. A veces me llamaba a la oficina y era en un momento en que no la podía atender y cuando yo regresaba le decía: Mami, ¿para qué me llamaste? Me respondía que ya no era importante. También comenzaron a fallecer sus amigas alrededor; la vecina, la amiga con la que iba al teatro, murieron sus primas. Yo veía que se estaba estrechando su círculo. Y fíjate que en mi grupo de amigas, somos 9 amigas inseparables, las madres nuestras que están vivas, ocupan un lugar importante. Mis amigas, que venimos desde niñas, estudiando siempre juntas y manteniéndonos cercanas a pesar de las cosas de la vida. Salíamos juntos siempre todos, y eso fue una enseñanza que nuestros hijos asumieron. Ellos se sumaban siempre que podían, aún lo hacen, aunque están casados, con hijos y a veces hasta reclaman si les dejamos. Pero comenzaron a fallecer los padres de cada una, quedamos dos con madres nada más. Y eso también se lo sintió mami, nos lo sentimos.
En mi caso la referencia de cuidados la tuve siempre cerca. Tuve un abuelo viejo que mami y yo cuidamos en casa mientras trabajábamos. Por eso yo quise jubilarme, para acompañar a mami. Hay cosas que ella me quiere decir y no pueden esperar al sábado o el domingo que podamos hablar. En mi decisión no me ha ido mal. Me ha ido mal en el sentido que me afecta económicamente, no tengo lo solvencia económica que tenía cuando trabajaba. Las dos somos muy independientes, porque a pesar de tener a mis hermanos, mis hijos en el exterior no contamos con que nos mantengan. Nos ayudan cuando pueden y lo aceptamos y agradecemos, pero no es lo que espero. Sabemos que lo nuestro y de lo que disponemos es de las chequeras. Sabemos lo cara que es la vida en el exterior, los compromisos de pagos que deben asumir, no estamos recostadas y vivimos agradecidas. Uno de mis hijos me dice: “Mami tú ni fumas ni tomas, así que si te puedes dar un gustico”. Cuando podemos nos tomamos un helado y me hago una foto y les digo: Me estoy fumando un cigarro.
Ahora es más complejo porque todo lo que estamos viviendo a nivel económico reduce mucho las posibilidades, ya no vamos a comer fuera y tampoco confío mucho en lo que elaboran por ahí. Sobre todo, por cuidar a mami. También porque no se pueden hacer esos gastos. Si se enferma trae muchísimas consecuencias, de medicinas, de atención, de hospital, aunque he tenido suerte porque a pesar de algún susto que hemos pasado con la salud, hemos logrado que nos atiendan debidamente en el sistema de salud del país. En Canadá tuvimos una experiencia también que nos hizo entender que no podemos complicarles la vida a los muchachos. Que atender nuestras enfermedades, los medicamentos es un gasto muy grande para ellos porque allá todo cuesta. Yo soy responsable de mi mamá, no puedo pasarles esa responsabilidad a ellos. Aunque ellos adoran a su abuela y lo hacen con gusto. Pero no es lo mismo ir de vacaciones, que a vivir.
Mi mamá, Albertina, va a cumplir 90 años, siempre le digo tenemos que cuidarnos. Vamos haciendo la vida, cuidándonos. Está operada de ambos ojos de cataratas. Se recuperó muy bien y yo estaba para ayudarla en su recuperación. Yo estaba a su lado en todo momento. No siento que sea una carga. Ellos disfrutaron de nuestra niñez y ahora nosotros los acompañamos en esta etapa. Sus amigas le dicen: “Qué bueno tener una hija como la tuya”, y me doy cuenta de que se comparan. Hemos tenido compañeras en los programas del adulto mayor relegadas, abandonadas en su propia casa, que hablan por teléfono a escondidas. Es durísimo eso, en tu propia casa donde fuiste dueña que no te dejen hablar. A veces me preguntan ¿y dejas a tu mamá hablar por teléfono? No la dejo, es su derecho. El teléfono está ahora a mi nombre, pero siempre fue de ella. En esta casa no se mueve nada sin contar antes con su parecer. Mis hijos le preguntan si está de acuerdo ante una decisión. Ella es la reina, la señora, ella es todo. Eso es parte del cuidado.
En casa siempre el primer cuarto ha sido el de ella, ahí nació. Ahora yo he querido intercambiar con ella para que esté más cerca del baño, pero ella conoce su casa, ella tiene el derecho a mantener su cuarto, su espacio. Las veces que se ha caído ha sido dentro de la casa. Yo estoy operada de columna, no puedo hacer esfuerzo porque además es reciente. La última vez que se cayó tuve que aunar fuerzas porque no la puedo levantar, me recosté a la pared fuerte y le dije que fuera levantándose, aguantándose de mi cuerpo, y así lo hizo. Entonces, son cosas que aprendí. Por ejemplo, mami se cae, una de las veces porque resbaló con la alfombra. Y el médico me dijo cuando llegamos al hospital: -Seguramente, abuela, que usted tiene una alfombra delante del refrigerador, para la gotita de agua. Y seguramente que tiene otra alfombra a la entrada de la casa.
-Ah, sí, sí, sí, sí.
Viene y me dice...
-Son muy bonitas, pero ya no las puedes tener porque ella se va a resbalar.
Mami se va a tropezar; la torpeza propia de la edad que ya me pasa a mí que tengo sesenta y cinco años, a ella que tiene ochenta y pico, casi noventa años le pasa igual. En casa, se quitaron las alfombras. Yo he ido tomando medidas, te lo da la experiencia, yo le pregunto a los médicos siempre y esto como puede ser. A nosotros nos pasó algo en la familia muy fuerte. El único sobrino que ella tuvo, que crió y era su ahijado, era médico. Un médico muy valioso. Se infartó, cosas del destino y de Dios. Nosotras todo se lo consultábamos a él, era mi hermano. Y eso fue algo que tuvimos que sobreponernos, ganar confianza y confiar en los médicos que nos encontramos en el camino. Y así fuimos al médico de la familia. Volver a confiar fue difícil para las dos.
Cuando decides dejar de trabajar, para acompañar a tu mamá y vivir esta nueva etapa juntas ¿sentiste que fue un sacrificio a nivel profesional, a nivel personal o lo asumiste más como una decisión de vida a partir de ese momento y te fuiste preparando para ello? ¿Cómo fue el paso de dejar de trabajar a estar en la casa?
Me venía preparando mentalmente, psicológicamente. El paso yo no pienso que haya sido tan difícil. Coincidieron muchas cosas. Venía el cambio de moneda, la unificación. Yo estaba viendo cosas que no me gustaban desde el punto de vista laboral. No era el momento en el país para tomar esas decisiones. Había cosas con las cuales no coincidía por la experiencia de los años, por la experiencia de los lugares que había trabajado. Y no me quería ver involucrada, en cosas que podían suceder. Porque, como te digo, en mi profesión lo primero que hay que tener es una honestidad enorme. Y yo me gradué de economía en la especialidad de planificación, trabajé muchos años en la planificación financiera, no me tocó la planificación de balances materiales, pero sí la financiera. Pero en la última etapa de mi vida pasé a la contabilidad. Y la regla que aprendí en la contabilidad es que el debe y el haber tienen que ser igual. No te puede quedar ni un centavo. Y yo oía, escuchaba a la gente que me decía: -no, no, porque yo ajusto y el mes que viene veo. Y yo digo, cuando termine el año, empezaste con un centavo y terminas con dos centavos. ¿Qué vas a hacer con ello? Busca ese centavo porque es algo que tocaste y no pusiste correctamente. Me decían la vista de águila: “vista de águila, revisa antes de entregar el balance”. Y yo les decía, mira, pasa esto y pasa lo otro, y aquí por qué, y aquí por qué. Me gustaba que confiaran en mí, pero venían jefes y decían, no, no, hay que entregar ya en tiempo. Y yo decía, no, eso no es así.
Todo eso me fue llevando a decir: no quiero seguir trabajando así. No me puedo hacer cómplice de algo que esté mal hecho. Entonces, coincidió con mis sesenta años, con que también ya empezaba a cansarme yo. Trabajaba muy lejos. Casi todos los días había un problema con el transporte, que se rompía la guagua, que llegaba aquí casi a las ocho de la noche. Y esas cosas me fueron llevando a que era el momento de romper y terminar una vida. Y quería terminarla así. Que la gente me recuerde como me recuerda ahora. Porque, además, yo aglutinaba a muchachos jóvenes.
Se incorpora en este momento su mamá. Le pregunto si pudo comprar todos los medicamentos y me responde que todos los que había. Continuamos…
Y entonces fueron cosas que fui valorando. Lo único doloroso que tuvo mi terminación laboral fue la despedida. Me vi muy reflejada en una novela que pusieron que le pasó a Manuel Porto y a mí me pasó igual. Es verdad que pasan esas cosas. Yo anuncié, me voy a jubilar en enero cuando termine el cierre del año de la contabilidad. No lo tomaron en serio. Llegó el último día y yo recogí mis cosas, y la de Cuadros fue la que me dijo: -Ah, pero hoy es tu último día. ¿No se le va a hacer nada a Lucrecia de despedida? -No, no, yo no trabajo por despedida.
Pero creo que les correspondía a ellos reconocerme. Yo trabajé cinco años, puse la contabilidad confiable y enderecé todo lo que estaba mal hecho. Por tanto, creo que me correspondía que al menos me dijeran, oye, gracias por todo lo que hiciste. La única persona que me lo dijo fue el presidente cuando fui a decirle: -mire, a partir de hoy ya no estoy, le pido por favor revise todo lo que firme, que viene de economía, porque ya no estaré, porque él decía que con los ojos cerrados firmaba lo que yo le daba. Me dijo: -Oh, pero ¿cómo es eso? No, coge un mes de vacaciones y te reincorporas. Y yo le dije: -No, no, no, ya yo voy a la casa, es el momento de estar en la casa.
Además, a todo el mundo se lo decía, yo quiero estar en la casa con mi mamá. Yo creo que es la etapa de desayunar juntas, de conversar, de dormir la mañana juntas. De que nos levantamos a las nueve de la mañana sin preocupación, no es el susto de las seis de la mañana, irte corriendo. Y fue lo único que me entristeció, un poco. Porque además había cumplido sesenta años. Y yo dije, ay, qué final más feo después de treinta y seis años de trabajo. Faltar ese detalle. Y me fui.
¿Qué sucedió? Yo terminé de trabajar un dieciocho de enero, y mi hijo me dijo, el veinte, te saqué pasaje para que vengas acá. Es decir, que estuve dos días aquí en ese shock y llegué a estar con mis nietos, mi mamá, a disfrutar. Me dijeron, no estuvimos en tus sesenta, pero ahora lo vamos a celebrar de esta manera y vamos a pasear. Después regresamos nosotras a Cuba, ellos vinieron, fuimos a Trinidad, que ellos querían conocerla, estuvimos en la playa y pasó ese momento, fue gracias a la familia. Por eso siempre digo que la familia no se puede dejar. Tú no puedes cambiar nada por la familia. Porque al final es la que tienes. Sea la que te busques o sea la que te toca por consanguinidad. Pero es la familia.
Yo hice unas definiciones que las muchachitas del trabajo se reían conmigo siempre porque me decían, tú tienes una definición para todo y yo les decía sí. Está el amigo, está el compañero de trabajo, a lo mejor tú tienes mejor mezcla con uno y está el compañero. Todo el mundo no es amigo, todo el mundo no es compañero de trabajo. Compañeros somos todos, porque estamos en un local, trabajamos, pero todo el mundo no. Y esa definición me sirvió.
Y ya te digo, vine para la casa, y todo el mundo me decía, ¿te aburres? Y yo le digo, no. Teníamos una factura de cosas aquí para hacer, desde revisar libros hasta quitar lo que ya no necesitamos. Porque entras a otra etapa. ¿Qué vamos a usar? ¿Qué no vamos a usar? Ya estamos más limitadas para las limpiezas y las cosas. Yo tengo una persona que desde que me enfermé del corazón nos ayuda en la casa. Antes limpiábamos la casa las dos, pero ya no podemos. Y, por ejemplo, eso es un esfuerzo. Eso es un sacrificio que hago de reunir ese dinero para pagarle a ella, porque no lo puedo hacer, ni mami tampoco. Eso sí es mi sacrificio. Y a lo mejor no me tomo el helado que te dije ahorita, pero el dinero de ella sí está. Entonces, nos pusimos en ello, quitando cosas que ni vamos a usar más, y muchas cosas que donamos a la iglesia.
Y llegó la pandemia y se intensifican los cuidados.
Luego, viene la pandemia, nos quedamos solas aquí adentro. Estuvimos dos años sin salir. La doctora llegaba hasta la puerta. Mami se cae un día en las visitas que hacían los médicos que tocaban la puerta para ver si teníamos fiebre. Tuvimos que salir de la casa al ortopédico. Fue un trauma porque yo veía que aquello era peligroso. Y por suerte ella se recuperó muy bien. Mi sobrina que estaba todavía en Cuba pudo hacer una coordinación de los equipos que no se usaban en el policlínico en aquel momento y la rehabilitación se la hice yo a mami aquí, con el equipo. Le dije, tú le dices a la económica que es un movimiento de medios básicos, que yo me hago responsable. Así lo hicimos y yo le pude dar la fisioterapia a mami. En cuanto terminé, devolví el equipo. El equipo estaba guardado porque como no se estaba haciendo nada al público, no estaba afectando a nadie. Y ya te digo, son cosas que me han surgido. La he tenido que atender a ella desde el punto de vista de salud y esas cosas, pero no porque estaba postrada.
Viene el problema de la enfermedad mía. Me empiezo a sentir mal de la columna y mi mamá empieza a asumir tareas que yo no podía hacer. Se fue invirtiendo la pirámide, en este caso, de cuidadora a ser cuidada. Me operan y me complico. Y ahí mi prima viene. Lo primero que dije fue, hay que priorizar a mi mamá. Tú vienes, que conoces el manejo de esta casa, tú sabes cómo se conecta el motor del agua, todo. Sabes todas las cosas que puede hacer en la casa, lo que no puede hacer, y yo me voy al hospital más tranquila. Mis amigas asumieron el cuidado mío. Pero como tienen la misma edad que yo, ni me podían cargar, ni me podían mover. Entre todas reunieron dinero, más la ayuda que dieron, ahí sí hubo una ayuda fuerte, de mis hijos, de mis hermanos, de la familia que estaba en el exterior para pagar el enfermero que me cuidaba cada veinticuatro horas en el hospital. Porque, aunque había enfermeras, sabes que no es lo mismo y yo estaba reportada de cuidado.
Entonces fue un tiempo que nos afectó a las dos porque mami estaba más envueltica y bajó de peso. Cuando yo regresé del hospital, que la vi tan flaquita, le dije, mami, ¿tú no comes? ¿qué pasó aquí? Y me dice: -yo desayunaba, yo almorzaba y yo comía. Pero la procesión iba por dentro. Y la encontré tan delgada como vine yo. Las dos veces que la pudieron dejar entrar al hospital a verme, fue revisándome todo. Hay unas fotos que una amiga mía nos hizo en el hospital que cogió la instantánea. En el momento que ella se me abraza, porque además eran minutos, los médicos le decían, un minuto nada más puede entrar. Pero fue muy bueno porque no era lo mismo que cuando hablaba con ella por teléfono. Estuve seis semanas en el hospital y dos semanas aquí. Ocho semanas. Mucho tiempo sin caminar y sin nada. La rehabilitación la hice aquí dentro de la casa, de caminar y de todo. Volví a ser persona aquí, dentro de la casa, los ejercicios, al balcón. Esa fue la operación de la columna que, como tal, fue un éxito. El problema fue que cogí una bacteria que me complicó y me comprometió todo el sistema nervioso lateral izquierdo.
Yo antes de operarme, había empezado en el proyecto Otoño, del Centro Loyola. Y le agradezco a la profesora Sonia de Tejido. Porque cada vez que la profesora me llamaba, dice que sufría de oírme. Dice que ella se quedaba llorando. Me dice, tú no me podrás creer que yo me quedaba llorando cuando colgaba y ahí empezaba a hacer todas las oraciones. Eso para mí, es valioso. Que me encuentro muchas personas que me dicen: ay, yo recé tanto por ti. Y te digo que las amigas de mi mamá, toda la iglesia, todo el mundo. Nosotros a la Iglesia que asistimos es a la de La Caridad. Y el cura, el primer día que me vio, me dijo, ay, mi hijita. Todos atentos y rezando por mí.
¿Sabes desde cuándo viene el cuidado mío hacia ella? Cuando yo estaba en la secundaria se iba al campo 45 días y en el pre 90 días a Pinar del Río. Los padres iban los fines de semana de visita. Mi mamá iba los fines de semana y mi abuelo iba el miércoles. Ella iba con mi hermano cargada con los almuerzos y las jabas. Para mí era una angustia verla esperando en la carretera y la guagua sin pasar. Saber que llegaban a la casa a las 9 de la noche. Cuando comencé el Pre, sabía que me tocaban 90 días en el campo y yo decidí invertir las cosas. Decidí becarme y ser yo quien, viniera a la casa para que ella no pasara el trabajo. Fue mi primer cuidado hacia ella. Primera vez que nos separábamos tanto. Cuando fui a estudiar la carrera no quise irme a la Unión Soviética porque eran solo 15 días de vacaciones en Cuba. No me veía, tanto tiempo lejos. Yo siempre la he acompañado. A veces ella me dice que no estoy preparada si ella se muere. Y es que yo no veo la muerte así. Toca por ley de la vida. Yo he estado dos veces más grave que ella, la primera con el corazón y la segunda con la bacteria luego de la operación de la columna. Sería muy doloroso para ella perderme, pero hay que estar preparados. El estar en esta etapa de la vida que he empezado a perder amigos, unos cuantos, que el Padre de la iglesia me dice no los pierdes, solo no los ves, están en tu corazón. Mientras no olvidas a la persona, la persona no muere.
Albertina ¿Para usted qué ha significado que Lucrecia a sus 60 años haya tomado la decisión de jubilarse y estar para acompañarse en esta etapa de la vida?
Yo me sentí en parte que ella había dejado algo por hacer. Pero bueno, ella te contó como fue el final del trabajo de ella. Lo único que le dije fue que dejara todo bien cerrado de manera que nunca vinieran a buscarla para decirle que hacía falta algo o que faltaba cualquier documento o cierre. Siempre le he dicho que prefiero dormir tranquila a tener lujos y ella hasta ahora siempre ha sido así, como la eduqué. Siempre traté dentro de lo que se podía de acuerdo con mi sueldo darles lo que podía. Ellos siempre entendieron y se adaptaron a lo que había, han sido conformes.
Yo también hubiera podido trabajar un poquito más, era maestra. Sin embargo, cuando vi que empezaban las dificultades, ella llegaba tarde, estaban los niños, decidí jubilarme para poder atender a los niños, ayudarla a ella. Cuando ella llegaba, yo trataba de que tuvieran hecha la tarea, que estuvieran bañados, los llevaba al deporte y veía que eso la aliviaba a ella. Siempre por encima de mi trabajo estuvieron mis hijos, ya luego entonces lo hice con mis nietos. Ella se formó viendo el ejemplo de su mamá cómo era con sus hijos, con la familia y ahora está haciendo lo que siempre aprendió. Este tiempo ahora es de estar y disfrutar juntas. Haciendo muchas cosas que antes no teníamos tiempo porque ella trabajaba. Lo estamos viviendo acompañándonos mutuamente.
Lucrecia: A veces mami me dice que quizás no ha sido la mejor madre, que no me dio todos los lujos, pero yo le digo que no la cambio. Yo estoy feliz de tenerla, que llegue a los 90 años. Es una bendición de Dios. De vivir esta etapa de acompañarnos y disfrutar juntas.