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Boris González Arenas

Los abuelos que se quedan

Por: Boris González Arenas


A los viejos les dan la noticia de que se van sus nietos en los últimos días previos al viaje para no hacerlos sufrir por adelantado.


Durante la travesía desde Nicaragua los abuelos no duermen y se pasan las horas pendientes del teléfono. Los nietos no pueden conectarse continuamente, ya sea porque los llamados coyotes no se lo permiten, como porque no tienen línea o crédito.


Una abuela que conozco tiene a sus nietos ahora mismo haciendo el cruce. Ha decidido tener una vela encendida durante toda la travesía y para ello necesita vigilar la que se consume para encender otra nueva.


"A veces se apagan porque las velas son malas".


En Cuba hace muchos años no hay velas.


Yo le dije a una anciana meses atrás que iba a orar por su nieta que había pasado la frontera y estaba detenida ya en los Estados Unidos. Ese día la soltaron y a la siguiente vez que me vio la abuela me agarraba las manos y me daba las gracias como si Dios estuviera en mi bolsillo.


A unos abuelos los llevaron a una casa en la playa supuestamente para celebrar el año nuevo y allí les dijeron que se iban y lo que en realidad querían era reunir a la familia quizás por última vez. Había que verles la cara a los viejos el día del regreso.


Los abuelos hacen maravillas para que sus nietos lleven una merienda a la escuela o almuercen entre sesiones escolares en un país en el que el hambre te acompaña a lo largo de la vida. Cuando ven a los nietos los fines de semana reúnen cuanto pueden de lunes a viernes para sorprenderlos el sábado con algo rico o lindo. Lo sé porque en los años ochenta los viernes, cuando llegaba a casa de mis abuelos, comer era una fiesta.


Ahora, de camino a los Estados Unidos, los abuelos no pueden acercarle una merienda a sus nietos ni hacerles la cama cuando salen lo mismo a cruzar un río que a tomar un transporte para llevarlos a la siguiente ciudad.


Ha habido una o varias historias así en cada familia cubana por sesenta años. Sin otra razón para ello que la infinita maldad del castrismo, un sistema que puede ver el sufrimiento de todo un país sin que se le conmuevan las vísceras ni le tiemblen las entrañas.


Falta poco y será lindo vivir en este país, pero se viven días demasiado duros en que la agonía llega a través del anciano más inesperado.

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