Por Lilian Ureña de Martín Viaña
Estudiante de la Licenciatura en Ciencias Sociales
Instituto de Estudios Eclesiásticos Padre Félix Varela
“No hay razón para tomar una fotografía de un ser humano si esta no lo ennoblece”
Sebastiao Salgado
Anselmo

¨La vida no es fácil pero tampoco difícil¨. Esta es la frase con la que me quedo de este hombre de 70 años que ha dado su vida por la Revolución y ahora tiene que subsistir vendiendo los cigarros de la bodega. Es extraordinaria la esperanza y la amabilidad de este anciano, pero también su decepción.
A pesar de ser yo quien debía acercarme a él para entrevistarle, fue él quien llamó mi atención. Me dijo ¨doctora¨, a lo que yo respondí que no lo era, pero que sí había estudiado Medicina durante más de 3 años. Así comenzó una conversación de más de una hora, en la que me comentó que había sido técnico de tanques en Angola y que había visto a muchos jóvenes morir (muchos amigos suyos). Sus ojos se llenaron de lágrimas y me confesó la decepción que sentía al haber apostado tanto por este régimen, el que no le había dado nada, de hecho, le había quitado las posibilidades de tener una vida mejor. A sus 70 años y con una mujer más joven que él, que no trabaja y no posee ingresos, se mantienen solo con la pensión de jubilado que Anselmo recibe y el poco dinero que obtiene al vender los cigarros y tabacos de la bodega. Siempre va con un poco de bebida alcohólica casera elaborada por él en un pequeño pomo que cabe en su bolsillo, arguyendo que eso le da calor a los huesos y alegría al corazón.
Anselmo, a pesar de lo que puede parecer a simple vista, intuyo que es feliz. Tiene una hija que no llega a los 18 años y otros 2 hijos, que viven algo lejos; todos con mujeres diferentes, me confesó con una sonrisa. Se lleva bien con los vecinos, de hecho, muchos de ellos le saludan al pasar. Un muchacho de 19 años es especialmente cercano a él. A menudo va a charlar y a contarle sus problemas: recién acaba el servicio militar pero no encuentra trabajo y su padre y los amigos de su padre son alcohólicos, de todos parece el joven el más responsable. También una niña de unos 9 o 10 años, con un piercing en la nariz y ropa ajustada y corta, saluda a Anselmo con especial cariño y le ofrece pastelitos.
Así, Anselmo me insta a continuar, a no rendirme en la vida, pues la misma ¨no es fácil pero tampoco difícil¨. Vaya testimonio es este hombre, agradecido a pesar de su situación actual, con una sonrisa un domingo de desidia cualquiera en La Habana.
Orlando
Me topé con él en la calle 23, a mediodía, cuando muchos transeúntes se amontonaban en el paso de cebra. Extendía sus manos, mientras su tórax estaba en una flexión hacia delante, casi parecía un monje budista. Me acerqué a él y enseguida me percaté que, a diferencia de Anselmo, este señor sí vive en la calle. Tiene 84 años y desde hace unos 60 no tiene hogar, pues me contó que se vio envuelto en un embrollo familiar en el que le acabaron quitando su casa. Así vive desde entonces, mendigando en las calles, pero no desea ir a un sitio donde recogen indigentes y les dan cama y comida, pues dice que son horribles. En ¨Las Guásimas¨, según Orlando, las camas tienen chinches y la comida se la roba el personal que trabaja ahí, no vale la pena quedarse en un lugar como ese. Tiene una hernia inguinal que le impide caminar bien, y se encuentra a la espera de operación.

Orlando no tiene hijos, ni familia, duerme en un parque (creo que se refería al que tiene la estatua del Quijote) y prefiere mantenerse en esta vida. Fue muy agradable hablar con él, pero a la vez triste. Fue uno de esos eventos que nos sacuden la existencia y en los que nos percatamos que tenemos mucho en comparación con otros que tienen tan poco.
Ernesto

Ernesto tiene solo 66 años, aunque a simple vista parece tener mucho más. Anda muy sucio a pesar de tener casa cerca de la Iglesia de Reina. No trabaja desde hace varios años, ya que ha presentado varias enfermedades; actualmente tiene una hernia inguinal. Su mujer falleció hace 9 meses (con 50 y tantos años) y fue víctima de un accidente vascular encefálico por lo que las secuelas la dejó con muchas limitaciones motoras en sus últimos meses de vida. Tanto fue así que Ernesto ¨la tuvo que enterrar¨ en posición fetal y con la vestimenta que la recubría a modo de sábana, pues era imposible vestir al cadáver.
A Ernesto se le notaba triste, con cataratas en los ojos y apenas un diente, mendigando y extremadamente sucio. Refirió que el dinero de mendigar era para comprarse algún helado o dulce y que no tenía nada que hacer en la vida. Estaba a la espera de que la iglesia evangélica a la que asiste le pudiese ayudar y dar algún trabajo que hacer. Comentó con algo de alegría que los cultos volverían a celebrarse todos los días en la noche, por lo que podría mantenerse algo ocupado en ese horario. Sonrió con su solo diente para la foto. Nos despedimos con una alabanza a Dios, y una última sonrisa por parte de ambos.
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