Por Jennifer Portelles
Veía solo sus piernas, cruzadas, rígidas y amarillentas.
Entramos al señor al cuerpo de guardia del hospital Calixto García. Un genio y enciclopedia del cine y de la medicina, solo, enfermo y caído en el baño. No tiene familia, solo un buen alumno, que es como su hijo, y una señora enferma “de los nervios” que necesita más cuidados que él.
La camilla lavada solo con agua, a pesar de todos los pacientes que por allí pasan a diario. Los doctores no te miran a los ojos. Lo ven solo a él, sus signos vitales e indican las pruebas de protocolo, sangre, orina, tórax y ultrasonido. Todas en distintos lugares, con sus respectivos técnicos.
Ella sigue durmiendo, con los pies cruzados. Ahora el camillero y la enfermera se gritan, como pasándose la responsabilidad de que ella siguiera allí.
La placa de tórax fue rápida, pero muy oscura, apenas se veían las costillas. La sangre fue muy rápida, el orine muy difícil de salir. Era culto, anticuado y respetuoso, no soportaría que una mujer joven viera sus genitales para ayudarlo a orinar. Era la única manera para llevar la muestra a hacerse análisis.
Tuve que ingeniármelas. Pedí una cuña de esas de aluminio, seguramente no esterilizada. Estaba allí, puesta cerca de la mujer de piernas cruzadas.
La doctora tuvo la gentileza de darme unos guantes y el papel en que venían envueltos fue muy útil también. Le vi el pene, pero era como el de mis dos abuelos, a los que cuidé también. Eso no fue un problema.
Esperamos 2 horas por el técnico de ultrasonido. Caminé por todo el hospital, pregunté y nada. Me decían que podía estar en cualquier lugar y que eso era normal. Si no teníamos todos los resultados, el médico no le daba un diagnóstico.
Limpiaron el piso con cloro, afortunadamente, pero solo el pasillo por ahora. Aún había sangre en el piso donde estaba el señor. Daba grima caminar por allí. No sabías si era una herida con arma blanca o cualquier otro politrauma. Él era politrauma, como casi todos los de esa madrugada. Lo leí en el papel donde escriben los casos de la guardia, mientras me sentaba un minuto.
Ella sigue allí, ahora le amarran los pies en cruz y le ponen una colcha que le tapa la cabeza.
Mientras esperábamos al de ultrasonido que nunca apareció, llega una persona con cuatro puñaladas en la cabeza, cubierto de sangre, pero vivo. Entraron a su casa a robarle y parece que lo intentaron matar.
Allí estábamos todos, esperando dos horas por el técnico de ultrasonido, el señor que yo acompaño y el señor joven recién apuñaleado. Vejez y dinero en la misma puerta esperando por el técnico de ultrasonido. El joven era famoso y adinerado. Poco tiempo después llega rápido el técnico y les hacen a los dos el famoso ultrasonido.
Se llevaron a la mujer, no vi cuando se la llevaron y si tenía familia esperando por ella. Supongo que llevaba unas cuantas horas allí, separada de los vivos por un paraván verde.
Tuve que buscar donde encontrar agua para el señor, correr para que la enfermera le quitara el troquer en vena que ya le estaba haciendo daño, mover la camilla arriba y abajo por todo el hospital, buscar papel cartón para ayudar a que se sentara en el peor banco que puedas imaginar en la sala de urgencias del hospital más importante en La Habana. Ni agua ni jabón. Podías salir de allí con una bacteria mortal.
Mientras limpiaba al señor, su hijo lo sostenía. Trabajo en equipo. En ese mismo momento se oyen gritos, un travesti parece que tenía problemas, un hombre pidiéndole al policía que lo dejara entrar, mucho alboroto. Personas sin hogar duermen en los asientos justo al lado del baño. Y nosotros allí, haciendo maniobras para que cagara tranquilo, pero no contento.
El médico lo ve y dice que necesita mucho líquido, reposo y unos medicamentos que no hay en las farmacias.
No hay ambulancias para simples mortales. Si no tienes dinero para un carro particular no te vas para la casa. Miles de pesos en taxis privados con función de ambulancias para traerlo y llevarlo a su casa. Fueron 3000 y pico de pesos en jugos y yogurt revendidos de las MLC, frutas y viandas, al menos para los primeros días. El dinero de su hijo es parte de la “inversión” de no pasar tiempo con él y poder tener dinero para emergencias como ésta.
Un ciclo sin fin. Ahora a buscar a una cuidadora respetuosa, afectuosa y segura. Cuidar al señor y a la señora enferma “de los nervios” que lo cuida. Pagar mucho dinero. Limpiar una casa enterrada por el polvo y el abandono.
Y seguir siendo joven, capaz de sostener un anciano o varios y tener ánimos de trabajar para poder pagar los millonarios pesos que el sistema de salud cubano no gasta por los ancianos que viven solos y aún tienen personas que les importa y por aquellos que mueren solos en cualquier hospital.
Aun así, mis respetos por quienes limpian el piso, por los médicos que durante sus guardias les toca descansar al lado de un muerto, el policía de guardia, la laboratorista, los del comedor, el camillero, quien recoge las sábanas y las lleva a lavar. Son pequeños engranajes que no funcionan adecuadamente, pero si no fuera por quienes aún aceptan trabajar en medio del deterioro, las pésimas condiciones de infraestructura, la escasez de insumos médicos y de limpieza y los salarios que no alcanzan para vivir, este país ya no sería un país.
Una triste historia real del 4 de marzo de 2022 a las 3 de la mañana en La Habana.
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