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  • Foto del escritorInés Caridad Casal Enríquez

LA VEJEZ QUE NUNCA ESPERAMOS

Actualizado: 6 sept 2021


Por Inés Caridad Casal Enríquez (Los Arabos, Matanzas, 1948)


Licenciada en Química (UH, 1971), Master en Ciencias de la Educación Superior (UH, 1997), Profesora en Facultad de Química, UH, desde 1971 hasta 2005. Reside en La Habana, Cuba. Tiene 2 hijos y 2 nietos.



Para tener un juicio adecuado y justo sobre la vejez, el envejecimiento y el ejercicio de los derechos de las personas mayores en Cuba se necesitaría ser un especialista en Sociología u otra disciplina relacionada y haber hecho una investigación seria al respecto. Pero como lo que se pretende en este espacio es buscar opiniones desde la experiencia personal, algo que me resulta válido e interesante, con mucho gusto comparto mis criterios.

Creo imprescindible mencionar las circunstancias en las que me tocó vivir y el proyecto social

conocido como Revolución Cubana, que ha ocupado casi mi vida entera y que marca mi vejez. Mi vinculación al proceso revolucionario ocurrió como era usual en aquellos momentos. La mayoría recibió a Fidel con júbilo y se incorporó a un proceso que prometía traer libertad, bienestar y justicia social al país. Y la mayoría creyó de corazón en lo que hizo. Al menos ese fue mi caso. Me gusta mucho una frase de Eliseo Alberto en su libro “Informe contra mí mismo”: “Los persuadieron o nos convencimos: en este caso el sujeto omitido resulta insignificante. El verbo tampoco cambia los predicados. El resultado es idéntico”.


Con la Revolución y con Fidel ocurrió, a mi modesto entender, lo que suele ocurrir con un líder y su proyecto, cuando pasa de un período de efervescencia, en donde está claramente

establecido que hay una verdadera revolución: algo que viene a revolucionarlo todo, a trabajar por un país mejor, con mejores oportunidades para todos, con mayor justicia social, y de pronto ese proyecto se ralentiza, se estanca, se vuelven demagógicos los discursos, ya no hay esperanzas verdaderas, ya no hay confianza en el futuro.


Y aquí estoy, 62 años después de ese 1 de enero de 1959, con más de 70 años, pensando en que, desde el punto de vista económico no me ha ido tan mal, sobre todo porque he podido garantizar que mis dos hijos hayan estudiado y tengan una profesión que debe ayudarlos a seguir adelante,

pero con la terrible decepción de que no fue este país destruido, social, económica y moralmente, el que yo soñé dejarles a ellos y a mis nietos.


De forma general, los ancianos en Cuba no tienen opciones: sus jubilaciones no les alcanzan para lo más básico; generalmente viven con sus descendientes, muchas veces en condiciones de promiscuidad, por la situación crítica de la vivienda en el país; prácticamente no existen asilos o casas de abuelos donde refugiarse, cuando se quedan solos al final de sus vidas; los programas de asistencia social son muy pocos y mediocres.


Las excepciones a esta regla solo vienen a confirmar la validez de la misma, y se trata de casos que o bien pertenecen a una cúpula del poder o cercana a él o son personas que, por

determinadas razones (nunca asociadas a una trayectoria laboral clásica), se encuentran en un grupo privilegiado.


Pero, para mí, la verdadera aflicción de haber llegado a la vejez en nuestra Patria tiene otro

componente no material y mucho más doloroso.


Si al final de una vida llena de trabajo y sacrificio, tenemos que recurrir al apoyo de nuestros hijos para subsistir (estén dentro o fuera del país), queramos reconocerlo o no, sentimos vergüenza y bochorno.


Cuando vamos en contra de nuestros más sinceros principios de honradez y decoro y le pedimos a nuestros hijos o a nuestros nietos que callen su manera de pensar para que no se busquen problemas o no nos los busquen a nosotros, yendo incluso en contra de lo que les hemos enseñado a lo largo de sus vidas, nos sentimos hipócritas e indignos.


Cuando no podemos dejar de pensar en la felicidad y la salud de los hijos que se encuentran

lejos, nos hundimos en la soledad y la desesperación.


Y cuando vivimos con el alma en la garganta pensando en lo vulnerables que son nuestros hijos solo por ser honestos y hablar sin hipocresía, sentimos un dolor inimaginable, mezcla de culpa y decepción.

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