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  • Fidel Gómez Guell

ROSTROS DE NUESTROS VIEJOS

Por Fidel Gómez Guell,

investigador asociado a Cuido60


En las vidrieras de las tiendas inaccesibles en dólares o en los charcos de agua sucia de los barrios marginados, se reflejan al pasar las caras de nuestros viejos, como si fueran reliquias del pasado. A veces pareciera que la sociedad se ha olvidado de ellos. Por las ciudades deambulan, el paso vacilante, la mirada al suelo, mientras la vida transcurre a sus alrededores y se les escapa de las manos como el tiempo. La vejez en Cuba tiene muchos rostros. Hemos intentado contar sus historias a través de algunas imágenes cotidianas de nuestra realidad. Bajo el sol del trópico las texturas de esas pieles negras, mestizas y blancas son como heridas de guerra, marcas de una vida que ha sido desproporcionadamente dura.


El anciano triste, El viajero, El luchador, El mendigo y otros casos que se repiten a lo largo de la isla, son personajes comunes que pululan en las calles o pueblan nuestro imaginario como arquetipos cotidianos. Ellos emergen desde el anonimato en estas fotografías, con los rostros desgastados y afligidos. En otros tiempos dieron cuanto pudieron por su familia, por el futuro, por el sueño de la justicia social y ahora, al final de sus vidas, han sido anulados de la ecuación del bienestar. Hemos pretendido revelar parte de esas realidades entre las luces y sombras de estas imágenes cuyas historias, de no ser captadas por el lente, se perderían para siempre como un silbido en la tormenta.


El viajero


El viajero no tiene un rumbo definido, su signo es el movimiento. Deambula sin coordenadas ni destino. Sabe que ya no irá a ningún lado, pero ha decidido no quedarse quieto. No quiere terminar sus días en un sanatorio tras barrotes de hierro, eso para él sería lo mismo que estar preso. Su casa es la ciudad. Se alimenta de lo que puede, cuando puede. Duerme en cualquier lugar donde la policía no le moleste. Algunas veces, bajo la lluvia, comparte su espacio con los perros callejeros. No posee bienes materiales y ha prescindido hace mucho de sus antiguos hábitos higiénicos. Sabe que algún día se quedará dormido para siempre en algún rincón oscuro de la ciudad pero, en su cabeza, es un hombre libre.




El mendigo


El anciano que ha caído en la mendicidad ya no tiene nada. Vive sus últimos días en medio de la pobreza más abyecta. Come poco, duerme donde ha podido instalarse gracias a la caridad de algún buen samaritano y ya no espera nada de la vida. Alguna vez intentó acumular bienes para asegurarse la vejez, pero la realidad le golpeó muchas veces y él se conformó con mantenerse vivo. Recibe una exigua ayuda en alimentos que le alcanza a duras penas para el día. Aunque le queda algo de salud ya no siente ganas de trabajar, pues sabe que un triste salario no le va a sacar de su miseria.






El Luchador


Ya no le molesta cuando los jovenzuelos del barrio le dicen jinetero, medio en broma, medio en serio. Hace mucho que se dio cuenta de que su pensión no le alcanzaría para pasar una vejez digna y se puso a venderle periódicos y tabacos a los extranjeros en las calles de La Habana Vieja. La policía le ha amenazado varias veces con meterlo al asilo, le dicen que es ilegal lo que está haciendo, pero eso ya no le importa mucho. El sentido de su vida es “la lucha”, es lo que hace todos los días y planea hacerlo hasta que ya no le queden fuerzas.



El Hombre Nuevo

Hizo todo lo que le pidió la Revolución. Se instruyó en un oficio útil para el país, se fue a combatir a Angola cuando se lo pidieron. Participó en defiles, trabajos voulntarios, zafras y guardias del comité. Durante años confió en que el Estado sabía lo que hacía con su vida y por tanto se entregó en manos del sistema. Desde la escuela primaria le dijeron que su generación sería la del hombre nuevo. Hoy vive en un depósito de materiales reciclados de la basura que no le pertenece, no ha visto nada del futuro luminoso que le prometieron los líderes, ya no cree en el gobierno.




El Emigrante


Cuando le dicen palestino recuerda que no pertenece a esta ciudad, sin embargo siente que entre cubanos no debería haber fronteras. Ha vivido gran parte de la vida fuera de su Santiago natal, pero lleva su tierra en el corazón. Se fue porque no encontró como prosperar allá, ha recorrido mucho el país y se siente un poco “ciudadano de toda Cuba”. EL emigrante vive lleno de nostalgia, haciendo los trabajos que nadie quiere y extrañando a los suyos. Cuando se sienta demasiado viejo volverá para morirse donde están sus ancestros.




El Soñador


Cientos de veces le han pedido que claudique, que abandone sus sueños y se dedique a buscarse el dinero con sus conocimientos sobre la pesca, los animales y la agricultura local. Mariano es un incomprendido. Mas de una vez le han dejado solo por eso. Sin embargo, él ha hecho florecer un proyecto comunitario para sobrellevar la pobreza en su comunidad, que ha sido inclusivo y hermoso, en otros tiempos. En estos momentos está pasando por una etapa difícil en su relación con las instituciones y por la necesidad de recursos para trabajar. Se siente un poco como El Quijote contra los molinos, pero esto no le impide seguir creando, soñando y haciendo.




La decepción


Cuando era niña, allá por los 60 creía que sería novia de Fidel. Desde el principio se “montó en el carro de la Revolución” y estuvo dispuesta a entregar sus mejores años por el bien mayor en que creyó. Con el tiempo, ha visto cómo todas las cosas en las que creía han dejado de tener sentido para ella. Siente que el país ha dado una vuelta en círculo y que de alguna forma la engañaron. Por eso, hace ya tiempo le dio la espalda al proceso y se ha dedicado solo a vivir y envejecer.




La enfermedad


En su delirio llamaba seres del pasado, vivió sus últimos años rodeada de fantasmas. La casa por la que trabajó toda su vida se había convertido en un motivo de disputa en su familia, que esperaba con paciencia su muerte. La demencia senil avanzada fue una especie de blindaje psicológico contra el dolor de sus últimos años. Como “Bebita”, muchos ancianos en Cuba esperan la muerte junto a su ventana sin más consuelo que la certeza que algún día dejarán para siempre ese cuerpo enfermo en este mundo.




La tristeza


Hace mucho que no ve a sus hijos, a algunos de sus nietos aun no los conoce, sabe que no tiene nada que legarles y por tanto nadie se preocupa por él. Viejas peleas familiares del pasado le han dejado un hueco de tristeza en el pecho. Extraña mucho aquellos años en que era un obrero portuario fuerte y jugaba con sus pequeños en las tardes al llegar del trabajo. Su vida está marcada por la tristeza. En la esquina de su cuadra vende periódicos todos los días y ve el tiempo pasar con los ojos llenos de recuerdos.




La soledad


No les queda nadie en este mundo. Sus seres queridos se les fueron hace mucho. A veces pasan semanas sin hablar con alguien, hasta que algún conocido les saluda en la calle o el mercado. Se han acostumbrado a la tristeza y a los recuerdos. Hacen exactamente lo mismo todos los días. No tienen un lugar donde compartir su soledad con otros ancianos como ellos, pues en sus comunidades la atención a las personas mayores no es una prioridad para las autoridades. Están solos, solos y olvidados.
















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